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Durante milenios el ser humano se vio obligado a esperar para lograr lo que quería, trasladarse de un lugar a otro implicaba cansadas semanas o meses viajando a pie por caminos polvorientos o en el mejor de los casos haciéndolo en carreta, lo que no agregaba mucha velocidad al desplazamiento, construir edificios como catedrales era cosa de décadas en el mejor de los casos, situaciones como la necesidad de proveerse de alimentos se encontraban determinadas por los largos períodos estacionales, había una época del año adecuada para abonar la tierra, otra para realizar la siembra, esperar meses y depender muchas veces de las lluvias, para con el tiempo ver los frutos de la siembra y poder cosechar después de arduos meses de trabajo y espera.

El desarrollo de la tecnología fue acortando cada vez más los tiempos para que obtuviéramos aquellos satisfactores que necesitábamos, la cantidad de esfuerzo y espera para obtener aquello que nos hacía falta o simplemente deseábamos fue disminuyendo dramáticamente conforme las décadas fueron transcurriendo; del impresionante desarrollo del siglo XX, llegamos al extraordinariamente globalizado y súper comunicado siglo XXI, en el que la inmediatez se ha vuelto una constante en nuestra vida, al menos en todo aquello referente a lo material.

Si antes había que esperar algunos meses para poder asistir al último éxito cinematográfico, hoy es sólo cuestión de unos cuantos días para que por todo el globo terráqueo lo podamos ver. Si acaso no lo pudimos ver en el cine, ¡no hay problema!, más rápido de lo que pudiéramos creer lo podemos ver por internet. Si en otras décadas había que esperar meses para poder escuchar la última grabación de nuestro cantante favorito, ahora gracias al internet la podemos ver y escuchar en primicia mundial al ser cantada por primera vez. Si queremos comprar alguna chamarra o vestido que no se encuentran en los almacenes de nuestra localidad ¡no importa!, podemos adquirirlo a través de una tienda virtual y en unos pocos días lo tendremos en casa.

Vivimos en el mundo de la inmediatez, ya sean entradas para un concierto, un medicamento que nos urge, un libro, boletos de avión o cualquier otra cosa se encuentran al alcance de la mano; incluso si deseamos comer algún tipo de platillo en especial, sólo hay que levantar el teléfono y en media hora lo tendremos en casa sin haber tenido que salir a buscarlo. La inmediatez en las comunicaciones parece habernos entregado el paraíso en bandeja de plata, esperando sólo la voz de nuestras órdenes para cumplir nuestros deseos; el problema es que lo creemos y lo acabamos haciendo extensivo a toda nuestra vida con resultados realmente frustrantes.

Todavía no existen relaciones humanas hechas sobre pedido y entregadas al instante, no se empaquetan y mandan noviazgos perfectamente establecidos, no hay bolsas de buenas relaciones entre padres e hijos que nos puedan entregar en la comodidad de nuestra casa; a pesar de todas las facilidades, aún tenemos que pasar a través de largos años de estudio para hacernos de un título profesional; no hay manera de solicitar un matrimonio bien avenido y que nos lo entreguen en casa en menos de 30 minutos. Mientras el mundo de la satisfacción material avanza a ritmo acelerado, el mundo de las relaciones humanas sigue marchando por los viejos caminos del lento proceso de maduración.

No pocos seres humanos son presas de la impaciencia; acostumbrados a recibir todo tipo de gratificaciones y satisfacer sus deseos de manera inmediata, reniegan del tiempo, sacrificio, esfuerzo y dedicación que hay que poner para ir logrando una sana convivencia familiar, un sólido noviazgo, un venturoso y feliz matrimonio.

Hay en Japón un fenómeno notable: cada vez son más los jóvenes que no se casan y tampoco tienen relaciones sexuales, probablemente porque prefieren dedicarse a otras actividades que les reportan una satisfacción más inmediata y no les consume el tiempo, ni les genera las tensiones de cultivar una vida en pareja.

Tenemos que comprender que el desarrollo del ser humano no se da de manera inmediata, cada uno de nosotros necesita de tiempo y esfuerzo para irse puliendo y mejorar nuestras relaciones, situación en la que también se encuentran los que nos rodean; la paciencia ante nuestros errores y limitaciones es primordial. A diferencia de lo material, en el mundo de las relaciones todavía las cosas que valen la pena requieren de tiempo, dedicación y esfuerzo.

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