Un viaje 'en horno' por Mérida

Usuarios del transporte sufren por trasladarse en un autobús con deficiente ventilación.

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Viajan sin de buena ventilación. (Milenio Novedades)
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Ana Hernández/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Es la una de la tarde con 25 minutos y las calles de Mérida “brillan” de tanto sol. En el camión de la ruta Vicente Solís Bom y Cecilio Chi se escucha la transmisión de un programa radiofónico; intento concentrarme en lo que dicen, tratando de ignorar el ruido, así como el calor y los tufos corporales de quienes estamos en la unidad.

Un olor de francés recién hecho llega al interior del autobús y se lleva, por unos instantes, la “esencia” que han creado el sudor, desodorantes, perfumes y lociones que hombres y mujeres utilizan para disimular la exudación de que quienes a esa hora viajamos hacia el centro de Mérida.

Las ráfagas de aire caliente que entran por las nueve ventanas abiertas de la unidad con número económico 25 de la empresa Alianza de Camioneros de Yucatán (ACY) no sólo resultan insuficientes como sistema de ventilación, sino que dan la sensación de acelerar el proceso de “maduración” de nuestros olores, que se funden tan intensas como la esencia urbana de los alrededores del mercado Lucas de Gálvez y la entrada al San Benito, ahí por la calle 69 entre 54 y 56.

Después me enteré que el observatorio meteorológico de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) reportó 36.3 y 38.2 grados centígrados a la sombra, a las 13 y 14 horas, respectivamente, pero en ese lapso, viajando en autobús de modelo reciente y vidrios polarizados, se sentía como de 40 grados o más. Todos sudamos la gota gorda.

En la banca que está justo detrás del conductor, un hombre joven emplea una gorra como abanico improvisado, no le importa que lo vean; a él no le llega más aire que el que entra por la puerta delantera, ya que no tiene ninguna ventana cerca, ni siquiera el pequeño ventilador que está cerca del techo en dirección al camionero lo puede ayudar, las aspas del mismo están inmóviles, sólo se sacuden cuando el autobús pasa muy rápido sobre los topes.

La unidad hace un nuevo alto; una mujer sube con su pequeña hija en brazos, se sienta en la primera fila cerca de la puerta y no tarda en utilizar un papel como abanico improvisado para mitigar el calor que recibe la bebé; la muñeca de su brazo derecho, más diestra en esa tarea de abanicar, va y viene con velocidad, descansa un instante; la menor se incomoda, la madre continúa.

Calor al máximo

Cuando pensaba que ya me había acostumbrado al caldo de olores y humores de esa hora, descubrí que la “esencia” podía ser más intensa; al doblar en la 69 por 52, el camionero cerró las puertas de la unidad, y entonces todo fue sudor, ruido y desesperación. Cuando la unidad pasó por el mercado San Benito alguien gritó “¡bajan!”; la respuesta fue “hasta el paradero”.

Los minutos y camión avanzaban lento. Sentía cómo las gotas de sudor se deslizaban desde mi nuca hasta mi espalda; al fin, en la calle 67 entre 58 y 60, los 15 pasajeros que estábamos, casi de forma sincronizada, nos pusimos de pie y bajamos lo más rápido que pudimos; estábamos fuera de ese horno ambulante; era el turno de otros para usarlo.

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