¡Cristo ha resucitado, Aleluya!

Domingo de Pascua. Hech. 10, 34-37-43; Sal. 117; Col. 3, 1-4; Secuencia; S. Jn. 20, 1-9

|
La Resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe, porque todas las demás verdades de la doctrina cristiana se basan en ella. (peregrinosdemaria.es)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

SIPSE.com
La conmemoración de la Resurrección es el centro de nuestra vida cristiana. Además es patrimonio único y exclusivo del cristianismo.

La Resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe, porque todas las demás verdades de la doctrina cristiana se basan en ella: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1Cor. 15,17).

Nos apoyamos en los testigos presenciales, cuyos testimonios encontramos en los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de San Pablo, y el Apocalipsis de San Juan.

Toda historia humana finca su credibilidad en testigos presenciales o contemporáneos de los acontecimientos que dejan como legado sus historias, observaciones, datos, fechas, lugares, etc., y nosotros les damos confianza histórica.

Es además muy interesante notar que  cuando Jesús les anuncia su pasión y Resurrección, los apóstoles “No entendían lo que había dicho” (Lc. 18, 31-34).

Los evangelios al narrarnos las apariciones de Jesús Resucitado, nos hacen ver que nadie, ni los más cercanos, comprendían y esperaban la Resurrección.

I.- Hech. 10, 34-37-43

Nos trasmite ésta lectura el núcleo central de discursos pronunciados por Pedro en casa del centurión Cornelio. Es una excelente síntesis del mensaje cristiano y está constituida del anuncio Kerigmático y de la invitación a la fe (v.42-43).

La estructura es muy semejante a la de los discursos kerigmáticos de San Pedro.

a) El Bautismo es la consagración mesiánica mediante el Espíritu que es enviado por Jesús.

b) La actividad apostólica que se orienta en torno a los signos de liberación a favor de los que sufren o endemoniados.

c) La muerte y la Resurrección, con aquellos que fueron sus testigos desde el inicio de su vida pública, y que tuvieron su experiencia de “comer con el Resucitado” (como símbolo de comunión y de experiencia vital).

Se proclama así la actuación histórica de Jesús, lo que hizo, lo que dijo y el valor salvífico de su muerte y por ello tiene Él,  el poder de perdonar los pecados y reconciliar al hombre con Dios. Y esto se comprende en toda su dimensión de peso y valor a la luz de la Resurrección.

II.- Col. 3, 1-4

San Pablo procura en estas líneas de su Carta a los Colosenses definir teológicamente el significado que la Resurrección de Cristo tiene para el creyente.

Es una exhortación a vivir de acuerdo con la fe cristiana, y a no dejarse poseer por las cosas temporales, sin perder la perspectiva de la trascendencia y de la vida eterna.

La Resurrección de Cristo garantiza la Resurrección del bautizado.

La esperanza del perdón y absolución nos la da la Cruz de Cristo, signo de la misericordia infinita de Dios Padre: “Porque canceló el documento de deuda que había contra nosotros y nos obligaba, lo eliminó clavándolo en la Cruz” (Col. 2,14).

III.- Secuencia

Es un poema sobre la Resurrección, que viene desde la Edad Media, a fines del primer milenio, y desde entonces forma parte de la Misa de la Pascua.

La Iglesia es el sujeto que habla en sus tres partes:

a) Ella nos hace una invitación a alabar a Cristo, El Cordero Inmaculado, y en la tercera estrofa nos habla de la Resurrección.

b) Las tres estrofas son un diálogo entre la Iglesia y María Magdalena, la primera persona que según San Juan, vio a Jesús Resucitado (Jn. 20, 11).

c) Las últimas dos estrofas son una imploración a Jesús Resucitado, que hace la Iglesia a favor de todos los fieles.

IV.- S. Jn. 20, 1-9

Este capítulo se reconoce como “libro de la Resurrección”; nos narra tres episodios: el sepulcro vacío, la aparición a María Magdalena y la aparición a los discípulos, y se centra en ver-reconocer a Jesús y creer en Él.

El Evangelista nos narra las primicias de la Resurrección. Ya presentó en la Cruz la exaltación Pascual de Jesús, con los signos del agua y de la sangre que develan la verdadera identidad del crucificado que es el nuevo templo del que provienen el agua fecundante (Ez. 47. 1) y el Cordero de la nueva Pascua a quien no le quiebran ningún hueso y cuya sangre es derramada para la salvación del pueblo (Jn. 19, 35 s.).

Ahora el Evangelista habla del tiempo eclesial, que proviene de la Pascua misma.

Sitúa muy bien el aspecto cronológico, “el primer día después del sábado, es decir el domingo”.

Él nos muestra un especial interés, de cómo los primeros testigos llegaron a la fe, es decir como aceptaron y creyeron en la Resurrección.

San Juan nos habla de algunos “signos”, como la piedra que había sido removida del sepulcro, el sudario y las sábanas dobladas, pero que éstas de por si no fueron contundentes, prueba de ello que María corrió temerosa de que hubiesen  robado el cuerpo del Señor.

El discípulo amado es en cambio el modelo del que “vio y creyó” (v.8). La fe será siempre un Don de Dios, y no conquista del hombre; por ella se comprenden las Escrituras y se hace la persona disponible para aceptar el testimonio de los Profetas, como nos lo dice San Pedro: que Cristo debe resurgir de entre los muertos para salvar la humanidad. Claro que la fe presupone búsqueda y esfuerzo personal.

El creyente debe pues vivir como los justos, de la fe en la Resurrección de Cristo, para vivir así la vida teologal que es experiencia de las tres virtudes y constante actualización del Bautismo.

Los domingos de todo el año, se convierte así en “Día del Señor”, porque es la conmemoración de la Resurrección de Jesús; y cuando yo voy al Templo para participar con mi comunidad parroquial de la misa dominical, estoy dando testimonio de que: “creo en la Resurrección de Cristo Nuestro Señor”.

Anunciamos, celebramos a un Cristo que murió y Resucitó, vivo y presente en la Iglesia Católica. Así lo muestra la predicación apostólica de la Iglesia primitiva y el grande amor y culto a la Eucaristía.

El mismo Papa Francisco nos ha dicho que: “El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte”.

Conclusiones

1.- La Resurrección de Cristo, es la experiencia del amor que transforma.
a) Pues al seguir los pasos de Jesús debemos actuar como Él que “pasó haciendo el bien”.

b) Esa recuperación de la integralidad de Jesús es un profundo reto: Debo recuperar integralmente la armonía conmigo, con el hermano y con Dios.

c) Esta reintegración deberá ser de transformación, superación y plenitud. “Sed perfectos…”.

d) Esta renovación de vida comporta la oración, reflexión, meditación, contemplación: “Entra dentro de ti, y ahí encontrarás a Dios”.

e) Esta restauración, “Restaurarlo todo en Cristo”, hará que seamos personas comprometidas con la promoción integral de los seres humanos y con el trabajo por una sociedad mejor, fincados en la confianza en Él-que es victoria-, y como sembradores de esperanza.

f) Esta respuesta en nuestras relaciones iluminadas por la Pascua debiera ser siempre de “Reaccionar amando”(P. Juan Esquerda Bifet).

Concluyamos con las palabras de San Agustín: “Nos hiciste Señor, para ti y nuestro corazón no tendrá paz hasta que no descanse en Ti…es por Ti sólo que yo vivo, hablo y canto…” ¡Aleluya!.  Amén.

Mérida, Yuc., 5 de abril de 2015.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

Lo más leído

skeleton





skeleton