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Más de una vez he contado la plática que tuve con un guía de ecoturismo en la costa de San Felipe. La menciono cada vez que en los salones universitarios sale el tema del claustro, por no decir indiferencia, que mantienen ciertos académicos ante las problemáticas sociales y ecológicas de Yucatán. Estábamos en la reserva de la Biosfera Ría Lagartos, rodeados de manglares, cuando el hombre me narró su experiencia con estudiantes y profesores de ciencias biológicas y marinas que suelen realizar prácticas e investigaciones en la zona.

Según él: llegan y los contratan para que los trasladen entre el mar y la ría, se van y pocas veces vuelven a saber de ellos. Si los ven otra vez, no reciben nada más. Al escucharlo, pensé que la situación no era tan simple como el guía contaba, sobre todo porque me percaté de que lo que había esperado no era exactamente una retribución social sino económica, pues quería también ganancias de los resultados de la investigación. Cuando discutí esta situación con otros universitarios, una compañera guardó silencio y después dijo que la riqueza era el hallazgo científico en sí, que con eso ganábamos todos. Si bien es cierto considero que no es suficiente.

Hay una gran diferencia entre la difusión de los avances científicos y la divulgación de la ciencia.

Esa distinción es crucial para la praxis científica dentro de la sociedad. Mientras que publicar en revistas académicas y presentar una ponencia en un congreso corresponde a difusión entre pares, es decir, de científico a científico, la divulgación es volver accesibles los conocimientos de la biología, la física, las matemáticas y ciencias sociales. La comprensión de la ciudadanía es buscada por medio de talleres, publicaciones sin tecnicismos y otras estrategias que fomentan el pensamiento crítico y la ciencia como algo que no hacen solo unas personas que visten batas blancas.

Muchos científicos deberían tomar la responsabilidad de divulgar y no limitarse a recoger información para luego encapsularse en las aulas con esos datos. Los académicos podrían trabajar en conjunto para alejar prejuicios sobre la labor científica como un acto de lucro y de unos cuantos.

Se ha trabajado ya bastante en México, por ejemplo, la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDICyT) oferta un curso de comunicación pública de la ciencia. Sin embargo, en Yucatán todavía falta mucho por hacer. Eventos como la “Noche de las estrellas” y el programa de radio “Impacto Universitario” que conduce la antropóloga Alma Acuña, a través de Radio Universidad, dieron las pautas para la divulgación y el fomento de una cultura científica que conduzca a la apropiación de la ciencia.

Existen más iniciativas de divulgación dirigidas hacia los infantes y jóvenes, incluso las hay para mujeres, quienes históricamente han sido relegadas de las llamadas ciencias duras. A pesar de ello, aún falta llevar este tipo de proyectos hacia el interior de Yucatán, este rincón del mundo donde cayó el meteorito que acabó con los dinosaurios.

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