|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

¿Puedes pensar en la última vez que no quisiste hacer algo, pero simplemente no pudiste decir que no? Es un truco difícil, ciertamente. Hoy en día, negarse supone un acto de rebeldía social que puede ser criticado bajo los más rigurosos parámetros del egoísmo. Nadie lo dice, todos lo piensan.

Queremos decir “no” porque ahí radica nuestro instinto. Ese que se desarrolla de forma dominante como un impulso inmediato y que responde a nuestra naturaleza de carácter. Sin embargo, la moral tiene un peso importante y las formas bajo las cuales hemos sido educados nos llevan a tener dudas y considerar otras posibilidades. Entonces cedemos, decimos sí porque de lo contrario llegaremos a un sentimiento que no puede manejarse con facilidad: el remordimiento.

En “Bibelot”, del autor español Félix J. Palma, estamos frente a una historia que se desarrolla gracias a esa imposibilidad para negarnos, en ese instante pequeño en el que una palabra puede cambiar definitivamente el curso de nuestro día.

Dentro de la historia conocemos a Alberto, un vendedor de enciclopedias que se encuentra celebrando el cumpleaños de una mujer vieja a quien no conoce y a quien no tuvo el valor de decirle que lo había confundido. Porque algo en su ternura y en su soledad lo hizo continuar con la ilusión de ser su hijo, su José Luis.

Para Alberto, se trataba de un gesto amable y en su mente nada podría salir mal. Pero de pronto sonó el teléfono y del otro lado de la línea se encontraba la hija de doña Elvira, quien al escuchar que “su hermano” estaba con ella, pidió inmediatamente que la comunicaran. Para sorpresa de Alberto, José Luis había muerto tiempo atrás.

Alberto dio razones entre susurros para decirle a la hija que sus intenciones no eran malas, que se trataba de una confusión, y que no tardaría en retirarse. Grande fue su sorpresa cuando al irse del apartamento, una vecina lo interceptó para comentar sobre la situación lamentable de doña Elvira, cuyos hijos, un hombre y una mujer, habían muerto en un vuelo y por una sobredosis respectivamente.

Nunca sabremos quién era la mujer que le llamaba a doña Elvira ni cuál habrá sido su historia para llegar hasta ese punto de involucramiento familiar. Sin embargo, podríamos compartir la idea de Alberto. Quien después de una experiencia así, en la que su vida fue sacudida a raíz de una confusión, quiere convencerse de que se trataba de alguien más que como él, en un determinado momento, no supo decir no.

Lo más leído

skeleton





skeleton