A un año del silencio
El Poder de la Pluma.
Con el primer caso de Covid-19 detectado en México el 28 de febrero de 2020, el país experimentó un caos que se extendió en todos los niveles de gobierno, probando diferentes estrategias de prevención en un intento por evitar la propagación del virus, que a un año tiene dos millones de contagios, alrededor de 200 mil muertos y una economía al borde del colapso.
Los primeros meses caminamos a ciegas en cuanto a estrategias sanitarias, acorde con los inicios delconfinamiento por una cuarentena que se extendió más de lo previsto. Paulatinamente las ciudades con sus plazas comerciales, parques, escuelas y empresas cedieron a la oscuridad, debajo de ella miles de desempleados, alumnos y padres de familia sin las herramientas digitales para acceder a las aulas virtuales o llevarse el trabajo a casa.
Vienen las campañas electorales en los siguientes meses, han iniciado los debates y análisis de las estrategias de salud implementadas; sin embargo, muy pocos vislumbran las consecuencias sociales detrás de ellas. Con el confinamiento el primer impacto estuvo en los comercios que colapsaron, milesde familias sin ingresos ni oportunidades de levantarse, deudas médicas y funerarias; por otra parte, las secuelas en la salud mental ante esta situación inédita, perceptible en las redes sociales donde inicialmente abundaron los videos, mensajes positivos, promoción de la salud y el ejercicio, hasta que las reuniones interminables de trabajo digital nos agotaron, la ausencia de horarios laborales donde los jefes envían a cualquier hora mensajes de trabajo, la creencia de nuestra disponibilidad todo el día, quitándonos tiempo para nosotros, haciendo que en las redes sociales busquemos dónde exponer esa rabia.
Aún queda pendiente conocer la profundidad de las consecuencias sociales de la pandemia: las campañas de difusión de las medidas sanitarias ignoraron completamente la realidad lingüística del país, dejando a su suerte a miles de comunidades que hoy reclaman la falta de servicios médicos e información oportuna, lugares apartados sin tiendas que vendan gel, cubrebocaso sanitizantes. Mientras a nivel federal se debatía sobre qué hacer ante la enfermedad, los escasos mensajes que llegaron a esas comunidades contenían protocolos obsoletos y, en el peor de los casos, erróneos.
Cuántos niños y jóvenes perdieron la oportunidad de estudiar a falta de computadoras e internet o fueron incluidos en las labores económicas ya que sus padres se quedaron sin empleo. No existe un censo real sobre los alcances de la tecnología en las comunidades, quiénes no lograron continuar su educación. Cuánta gente que emigró a las ciudades en busca de un trabajo regresó sin nada en las manos, cuántos perdieron sus empleos al cerrarse las comunidades.
Existe esa otra realidad sin evaluar que sufrió las consecuencias de carecer de tecnología, la precariedad de los sistemas de salud comunitarios, laseconomías locales estancadas sin exportar sus productos, cuántos alumnos perdieron el año, las deudas familiares al adquirir equipos para sus trabajos o educación; ahí veremos la otra cara de la pandemia, la que nos hará preguntarnos:¿Qué pasó con quienes se ahogan en la desesperación familiar y económica? ¿Cuántos son?