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Las mujeres estamos en pie de lucha; ese cambio auténticamente disruptivo polariza, pero abre el debate necesario hacia una batalla de regeneración social. De ninguna manera es una contienda hacia los hombres, sino hacia una cultura de sexismo arraigado en el seno histórico de la humanidad.

Aún a pesar de las manifestaciones del pasado y del presente, convivimos todos los días con los prejuicios de siempre; hace unos días una cadena nacional intentó “celebrar” el Día de la Mujer con una pelicular promoción: un descuento en licuadoras y en artículos para lavandería.

El 8 de marzo no es un día para celebrar. Es una fecha para reflexionar y analizar con profundidad los elementos en la relación de desigualdad dicotómica hombre- mujer, reflejado en cifras cada vez más alarmantes.

La violencia sigue presente en todos los ámbitos y he sido también víctima de violencia política de personajes que desde la cúpula del poder, consideran (nos consideran) a las mujeres como inferiores o seres humanos volubles, incapaces de tomar decisiones de Estado.

Reconozco también que alzar la voz ante lo abrumador que resulta del yugo masculino no es nada fácil, porque ir en contra de este sistema opresor es ir contracorriente a riesgo de perderlo todo, de ser víctimas inclusive de otras mujeres que nos consideran revolucionarias.

Mujeres feministas pioneras como Guillermine de Bohemia, Olimpia de Gouges y Mary Wollstonecraft estarían orgullosas de saber que estamos unidas bajo un objetivo común, el de alcanzar una real liberación social.

Los datos son contudentes, apenas un 24.9% de los cuerpos legislativos del mundo están representados por mujeres, mientras que un 3% de las direcciones generales en las empresas listadas del Fortune 500 son encabezadas por una mujer y si, hasta en el deporte nos va mal, porque en las disciplinas donde participan mujeres, éstas perciben un 90% menos de lo obtenido por los hombres.

Y mientras nos preocupamos por la pintura de nuestros monumentos, más de 650 millones de niñas alrededor del mundo se casaron antes de cumplir la mayoría de edad, mientras que alrededor de 130 millones de jovencitas fueron esposas infantiles.

El 8 de marzo no es un día para celebrar, y algunas amigas me han hecho la misma pregunta, ¿qué hacer entonces este domingo?, a lo que les respondo que es una decisión individual pero consciente.

Si quieres manifestarte, hazlo por las razones correctas, si quieres quedarte en la casa, dialoga con los hombres de tu hogar al respecto, si te reúnes con otras amigas, pueden también hablar de cómo eliminar la violencia en sus entornos.

Pero los hombres pueden (y deben) cumplir su responsabilidad, la violencia surge desde su acción u omisión permisiva, desde las frases sexistas “no llores como niña”, “eso es para mujercitas” o “no uses esa ropa, eres una mujer de bien”.

Entonces, ¿qué deben hacer los hombres este domingo? Reúnanse con sus amigos a platicar de sus masculinidades bien orientadas, también son almas sensibles que pueden generar un cambio dentro de sus entornos.

Vamos a conmemorar, no a celebrar, las mujeres si valemos y seguimos al pie de lucha.

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