Aprender a morir
Aída López: Aprender a morir
Lo que nos pasa cuando llega la muerte del cuerpo es lo que le pasa a la música cuando deja de sonar. Hay un periodo de reverberación, y luego nada
Stanley Cavell
La muerte ha dado qué pensar, a otros los ha vuelto pensadores. Dos decesos que a la fecha siguen siendo ensayísticos son el de Sócrates, ocurrido en Atenas en 399 antes de Cristo y el del mismo Cristo hace 2022 años. A ambos se les enjuició y acusó de contravenir las políticas de la época. Las últimas horas de los mártires quedaron registradas en la Biblia y en los libros: Eutifrón, Apología, Critón y Fedón, donde se reflexionó la muerte a través de profundos y agudos diálogos. Aunque Sócrates y Jesús defendieron distintas causas, los dos coincidieron en lo corruptible del cuerpo y la inmortalidad del alma. A diferencia del Hijo de Dios que confiaba en la vida eterna, el hombre más sabio según el Oráculo de Delfos, se mantuvo escéptico acerca de la vida después de la muerte hasta los últimos minutos antes de suicidarse.
El filósofo apuntó las bondades de la muerte, por lo que no debía temérsele, ya sea que signifique aniquilación con la que se alcanzaría un largo descanso sin sueños o el tránsito a otro sitio donde se reencontrarían los amigos y familiares. Atribuyó al cuerpo los males de la humanidad, sus apetencias convierten al hombre en su esclavo para satisfacerlas, motivo de guerras intestinas por el afán de acumular. Dominarlo y luego deshacerse de él, es lo mejor que puede pasar para liberar al alma.
En la Grecia antigua la muerte era un sueño curativo, los que padecían alguna dolencia antes de irse a dormir ofrendaban un gallo al dios de la cura, Asclepio, ya que era quien los sanaba de la vida con la muerte. Un verdadero filósofo transformaba el hecho de la muerte en una profesión. Requería de temple para afrontarla, eso era aprender a morir. El temor a la incertidumbre resultó lucrativo en términos económicos, morales y religiosos en la Edad Media. Los abusos en la comercialización de indulgencias por parte del catolicismo fueron el pan nuestro de cada día durante el siglo XVI; quien quería irse al cielo derechito y sin escalas daba generosas aportaciones; pagaba en la tierra por el alojamiento eterno en el paraíso. Las indulgencias plenarias eran las que proporcionaban esta mágica posibilidad.
En la actualidad, la Tanatología se sirve de distintas disciplinas -Medicina, Psicología, Antropología, Derecho- para acompañar a los pacientes terminales al bien morir. Resulta curioso que la Filosofía esté ausente cuando fue la primera en profundizar en el significado de la muerte. La pandemia la trasladó del mundo de las ideas a inquilina incomoda de la boca, paradójicamente, nunca se había sentido tan viva ni se le había mencionado con tanta intensidad. Por ahora, continuará el misterio de quién tiene un destino más feliz, si quien vive o el que muere, como expresó Sócrates en el Fedón: solo Dios sabe.