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Nombrado por la FIL Guadalajara como una de las promesas de la literatura mexicana, Hiram Ruvalcaba sin duda lo es. Acabo de leer su más reciente novela, “Todo pueblo es cicatriz” (Ed. Penguin RandomHouse), pero lo que diga de este libro no alcanzará para describirlo, y no tendría sentido hacerlo. Mejor les invito a que descubran ustedes cómo su narrativa es un dedo hurgando en la herida o acariciando la cicatriz que todos en este país tenemos, causadas por la violencia. Son tres historias de asesinatos violentos que se entretejen, 2 de ellos son feminicidios, en esta novela que también es crónica, es autoficción, es periodismo y radiografía de un país anestesiado contra la impunidad y el olvido. La crudeza con que el autor narra no lo aleja de la belleza estética en su prosa.  Me pregunto siempre -y me maravillo- ¿cómo lo logran?

La prosa de Hiram mantiene un equilibrio entre narrar el horror de la violencia y acariciarnos con las palabras para darnos consuelo. Ahora no puedo dejar de pensar en la escena donde matan a un perro o la de la tarde en que llegan a la casa de Rocío su cuñado y su padre buscándola porque no sabían nada de ella desde hace mucho tiempo, sin imaginar el horror que habitaba detrás de la puerta de su casa.

Como esas hay muchas otras escenas marcadas por la violencia, la rabia, el odio y la impunidad. Podríamos decir que son el equivalente a los cuadros de costumbres que se leían en el siglo XIX; si hoy tuviéramos que retratar México, estas escenas reflejan lo que se vive, se respira, se palpa en todos los rincones del país, pues aunque crean que Yucatán es el último rincón seguro, lo cierto es que no lo es, aquí también hay y somos cicatrices.

Sí, son escenas desgarradoras, que duelen, que te estrujan, pero son una buena señal de que no estamos del lado del que violenta y el que odia. Todo pueblo y toda familia es cicatriz, como bien narra Hiram, su libro también me hizo recordar esa herida familiar reciente, que pasa desapercibida entre las tantas heridas que se abren en este país todos los días, a todas horas, en todas partes. Mirar la herida en lugar de evadirla nos cuesta a todos, quisiéramos pensar, como un personaje de esta novela cuando dice: “A pesar de esto, a veces, cuando el dolor o el asco o el desencanto se vuelven muy grandes, cierro los ojos y me imagino que hay un lugar después del fuego, otro país a donde van todas las víctimas de la violencia, los muertos y los desaparecidos”.

Hay libros como éste que dejan cicatriz, esos que lees, te cimbran y te conmueven al mismo tiempo; leer también duele y en ese dolor reconocemos que somos (seguimos siendo) humanos; leer también mata, dice Luna Miguel, y al cerrar un libro renacemos. Esta novela de Hiram Ruvalcaba seguro va a trascender, tiene que hacerlo, es nuestra, nos pertenece a todos

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