Artista en casa

Lecturas, columna de Julia Yerves: Artista en casa

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Las creaciones vienen de las ideas más improbables, de impulsos inesperados y de conexiones imposibles, pero oportunas. No podría ser de otra forma. Si pensamos en la naturaleza de los pensamientos que corren libres y sin orden por nuestra mente, poco podríamos esperar de una organización deseada.

Sin llamarle inspiración, aludiré a que se trata de una suerte similar a eso. Inspiración aleatoria. Porque no todo lo que llega desencadena en temas agradables, frases hermosas y sintaxis perfecta. A veces lo que llega duele y se traduce más en valor para escribir que en una idea romantizada que va de la mano a lo que los otros esperan de nuestro ingenio y escritura.

En “Artista en casa”, cuento largo de William Faulkner, conocemos la historia de tres agentes móviles que llamaremos personajes principales. Roger, Anne y el poeta (Blair).

Roger y Anne son esposos; él danza entre los escritores reconocidos por los golpes de fama espontánea y ella lo acompaña en su título nobiliario de quien vive de las letras. Su vida es cómoda, la economía no es un problema, y constantemente reciben, como si de un deber se tratara, a una innumerable cantidad de personas que toman por suyo un espacio destinado a la creación. Ellos, como matrimonio, los reciben y acogen esperando nada a cambio. Roger, sumiso y complaciente, no pone reparos en darles todo

Anne, más humana y menos romántica, nota con molestia las visitas que se tornan abuso de hospitalidad.

Un día, los visita un poeta diferente a todos aquellos narradores que solían recibir con re- gularidad. Roger parecía más entusiasta. Le ofrece comidas, una habitación, sus jardines, la libertad para moverse entre los pasillos y hablar con los criados, y pronto; un beso de su mujer.

Anne había odiado al poeta y todo lo que representaba tras años de sumisión hospita- laria; significaba la cúspide de tanto que ya no podía soportar. Con el giro en la relación, Roger queda de lado en un momento clave de su carrera literaria: estaba vacío de letras. Las había perdido tras el último golpe de éxito y talento de años pasados. Entonces observa, calla y escribe.

En el transcurso de los días, Roger tomaba largas pausas de luz natural para crear detalles y ocupaba la máquina incesante por las noches para recabar todo lo que sucedía entre su mujer y el poeta durante la jornada.

Le dolía, por supuesto, pero también sabía lo que le esperaba del otro lado de su humillación: la promesa de un nuevo éxito literario.

 

 

 

Lo más leído

skeleton





skeleton