Barcos silenciosos y sin contaminación
El poder de la pluma
Al arribar a la Base Naval de Icacos, en Acapulco, el verano de 1973, nos recibió el ensordecedor ruido de los motogeneradores diesel del Dragaminas 20, atracado en el muelle que estaba por ser rehabilitado; un poco menos intensos eran los del cañonero Guanajuato y del buque escolta Cuitláhuac y otros de la Fuerza Naval del Pacífico. Me pregunté cómo sobreviviría en un guardacostas con el incesante ruido de esos gigantes que dotaban de energía a esas casas flotantes. Por aquellos años no todos los buques podían acceder al “short line”, es decir, la electricidad desde el muelle para alimentar los servicios a bordo.
Ahora es algo cotidiano y regulado en normas marítimas internacionales, pues de esta forma pueden desactivarse los generadores, reduciendo el ruido y las emisiones contaminantes que expulsan las chimeneas de los buques. El ruido de los barcos y, más importante aún, la contaminación marina estaban previstos en el Acuerdo de Cooperación Ambiental suscrito en 1994 en paralelo al Tlcan y actualizado con su heredero, el T-MEC, por los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá, ahora como Comisión para la Cooperación Ambiental, donde se incluyen compromisos más rigurosos en esos temas que, dicen expertos, “pueden ser un dolor de cabeza para México”.
Novedades Yucatán publicó esta semana que circuló en redes sociales un video donde se ve a un hombre arrojando desperdicios al mar en el puerto de abrigo de Yucalpetén; se identificó a los responsables y se les obligó a una jornada de limpieza. Pero desde 2017 ese puerto, como muchos del país y del mundo, presentaba un alarmante grado de contaminación ante la falta de conciencia de pescadores, dueños de embarcaciones y empresarios pesqueros, y la ausencia de medidas regulatorias o su aplicación por parte de las autoridades.
Recientemente se ha divulgado también que aguas negras desembocan en la bahía de Acapulco, como hasta hace algunos años se vertían en la de Chetumal, hasta que se comenzó a crear conciencia del daño al entorno marino y ahora se cuida al manatí con la recuperación de la bahía, que se aprecia un poco más limpia. Mucho antes de que surgieran la Profepa, la Semarnat, los llamados grupos ambientalistas como Greenpeace o partidos ecologistas que se han erigido en defensores de la biodiversidad, la Armada de México ya protegía –como lo sigue haciendo– los recursos marinos.
Gracias a la presencia de infantes de Marina en partidas en islas y litorales mexicanos, y al patrullaje permanente de buques, se ha dado cumplimiento a las vedas para asegurar el desarrollo sustentable y la preservación de especies como camarón y caracol; también se ha revertido la extinción de la tortuga marina, sobre todo en el Pacífico, donde era fácil presa de su principal predador, el hombre.
No hacen falta acuerdos ni normas, nosotros podemos y debemos contribuir a la conservación de los ecosistemas y con ello ayudar al planeta si educamos a nuestros hijos para conservar la naturaleza, algo de capital importancia, es por un bien común, por nuestra casa.
Anexo “1”
Playas ¿vírgenes?
Reciclo este anexo de hace dos años: Por tierra, aire y mar, la Armada vigila varias islas del país, una de ellas es Tiburón (que los seris asumen como suya), la más grande de México, una reserva ecológica ubicada en el extremo sur de la Península de BCS, hábitat del venado bura y otras especies endémicas. La conocimos a mediados de los 70 cuando nuestro buque, el guardacostas “Ponciano Arriaga”, operaba en esas aguas del Pacífico mexicano.
En una ocasión nos permitieron bajar a conocerla. La lancha ballenera nos llevó a un grupo a esa isla solo ocupada por infantes de Marina en cuatro destacamentos en sus puntos cardinales: Punta Chueca, El Tecomate, Las Cruces y Punta Tormenta. Las playas desoladas eran tranquilas, blancas, limpias… hasta que vimos la huella del hombre: latas vacías de cerveza y algo de basura, evidencia del desembarco de algún yate o lancha. Contra eso, es difícil todo esfuerzo a favor de la naturaleza.
Un par de años después visité isla Tiburón acompañando al entonces segundo comandante de COMIM-4, Tte.Corb.IM. René Gómez Vite (hoy Vicealmirante en retiro) durante una inspección a esa partida, pernoctando en una cabaña de agentes forestales.