El beso de la mujer araña

Quizás las circunstancias de la vida hagan que algunos relatos permanezcan en el recuerdo y otros se pierdan en el olvido.

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Existe una dinámica especial cuando hemos sido quienes están del otro lado de una historia que ha sido contada para nosotros. Quizás las circunstancias de la vida hagan que algunos relatos permanezcan en el recuerdo y en el sentimiento; y otros tantos se pierdan en el olvido del momento. Quisiera pensar que se trata de una suerte de sentires y guiños entre lo que nuestro ser interior decide apreciar por siempre.

En la novela El beso de la mujer araña (1976), del autor argentino Manuel Puig, estamos ante una historia que trae consigo todas las intenciones de quedarse en nuestro recuerdo. Podríamos decir que esta novela viene con letras que parecieran estar destinadas a permanecer.

Están escritas con fuerza y crudeza, pero esto no significa que se encuentren lejos de tocar nuestras fibras sensibles. Seremos movidos, nos sentiremos incómodos, miraremos a través del recuerdo del otro y también sabremos entender más allá de nuestros prejuicios.

Dentro de la historia, adelanto que los protagonistas son dos hombres que comparten una celda carcelaria: Molina y Valentín. El primero es un homosexual cuya edad no sabemos con exactitud, y el segundo es un activista político que se encuentra preso en un intento de ser reprimido por la dictadura argentina.

Sus días giran entre los diálogos de Molina cuando amablemente comparte las descripciones más bellas que puede hacer sobre los episodios de sus películas preferidas y así procurar un escape mental de cuanto les rodeaba y quebraba el alma.

En boca de Valentín, los diálogos llevaban tintes de constantes frustraciones y enfermedades inducidas.

Se trata de una amistad con tintes de pureza. Miramos que aun cuando los protagonistas son tan distintos el uno del otro, el valor humano sobresale entre las acciones honestas de quienes no se deben nada y sin embargo procuran cuidarse en las situaciones más inconvenientes. Nos enseñan a sonreír y esperar.

Con diálogos íntimos y escenas magistralmente contadas, nos rompemos ante la sencillez de dos personas que bien pudieran representarnos. Se agradece el hecho de no saber cuándo nos cautivaron.

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