Borrando la historia, otra vez
Daniel Uicab Alonzo: Borrando la historia, otra vez
Colón fue mi referente cuando viví de niño en la Ciudad de México. A finales de los años 60, iba yo de Insurgentes Centro hacia la avenida Antonio Caso, atravesaba Paseo de la Reforma en la glorieta al descubridor y ahí tomaba la calle de Versalles hasta llegar a General Prim, mi destino: el departamento de una familia que tiene una tienda de Guayaberas (“las mejores que se hacen en Yucatán”), que me empleaba en las vacaciones escolares.
Creo que así fue para muchos ese monumento al almirante genovés. Pero ya no lo será más, el gobierno de la 4T decidió colocar en su lugar a una mujer indígena, estatua que prevén develar el 12 de octubre, para desterrar para siempre a quien nos enseñaron que fue el descubridor del Nuevo Mundo. Una nueva forma de pretender cambiar o borrar la historia. De hecho, desde el año pasado la estatua de Cristóbal Colón fue retirada de su pedestal de ese conjunto arquitectónico.
Y lo hicieron otra vez, porque hace tres años, en octubre, con motivo de los 50 años de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, Claudia Sheinbaum, como un “mensaje de paz”, mandó retirar de las estaciones del Metro y de la Sala de Armas de la Magdalena Mixhuca toda placa que se refiera al presidente que gobernaba, Gustavo Díaz Ordaz. Y entonces comentamos que, si se quería arrancar de la memoria histórica esa página del gobierno diazordacista, entonces habría que retirar las placas de la inauguración del Estadio Azteca, del Palacio de los Deportes, de la Villa Olímpica, de hospitales y otras tantas obras y edificios que se hicieron entre los años 1964 y 1970.
Tengo para mí que los monumentos, edificios y placas son documentos que recuerdan el devenir de un pueblo, incluso comunidades, colonias, calles y avenidas con nombres de próceres o de hechos destacados ayudan a conocer la historia, y es también una forma de interesarse en la cultura o en la ciencia. Siempre me pregunto por qué en Mérida y otras ciudades que tienen vías con nomenclatura numérica no han optado por ponerles nombres de héroes, personajes ilustres y personas destacadas. Hay algunos, pero muy pocos.
Por ejemplo, en la Marina, en el siglo pasado los guardacostas tenían nombres como: Leandro Valle, Mariano Escobedo, Manuel Doblado, Guillermo Prieto, Juan N. Álvarez, Ponciano Arriaga, Juan Aldama,Francisco Zarco, Ignacio de la Llave, y los buques patrulla ostentaban los de Andrés Quintana Roo, Manuel Crescencio Rejón, Leona Vicario, Heriberto Jara, Ignacio López Rayón, Matías de Córdova, Josefa Ortiz de Domínguez, Luis Manuel Rojas, etc. Fue, también, una forma de conocer la historia y la vida y obra de estos personajes.
Debe ser un gusto conocer los hechos pasados, y una forma de hacerlo nos la regalaba diariamente el ya fallecido coordinador de la página editorial de El poder de la pluma, Martiniano Alcocer Álvarez, con su sección “Historia en Cápsulas”, que cumplía el dicho: si lo bueno es breve, doblemente bueno, y que se sigue publicando.
Como bien apunta el académico y periodista Raúl Trejo Delarbre: “La historia no se modifica por decreto, ni tachando sus testimonios. La historia se explica y discute”.
Anexo “1”
Y en la Naval…
Este asunto de quitar y poner monumentos o nombre, digno de los jacobinos, no recuerda siempre un acaecimiento ocurrido en la Secretaría de Marina. A finales de 1994, en su ocaso como secretario, el almirante Luis Carlos Ruano Angulo decretó que se borrase el nombre del primer director de la Escuela Naval Militar, capitán Manuel E. Izaguirre, por haber puesto en entredicho –en una reunión con miembros del Ejército– la defensa de ese plantel, entonces ubicado en el puerto de Veracruz, el 21 de abril de 1914, encabezada por el teniente José Azueta y el cadete Virgilio Uribe. La decisión se dio a conocer por la Orden del Día del Cuartel General de la Armada.
Suponemos que ya regresó el retrato a la galería de directores de la escuela, que desde hace más de medio siglo tiene sus modernas instalaciones en Antón Lizardo.
Por lo demás, insisto, no se puede borrar la historia tirando estatuas… y mucho menos de un plumazo.