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En los últimos 14 meses hemos escuchado, visto o leído sobre la cuarentena a la que nos obligó el Covid-19, y eso nos ha puesto a reflexionar sobre nuestra relación hombre-naturaleza y relación hombre-hombre (no hablo de género sino de especie), ante esto muchos estamos comprobando que los daños al ambiente que hemos causado están marcando la diferencia en nuestros espacios, ya que ante la ausencia del ser humano en varias actividades los espacios naturales han presentado grandes cambios, incluso hemos podido ver en las noticias que especies de muchos animales se han internado en algunas ciudades y ese simple hecho nos ha maravillado a muchos.

Recordemos que los ecosistemas naturales nos proveen de servicios ambientales como la mitigación del cambio climático, el secuestro del carbono causante del efecto invernadero, la provisión de agua y aire de calidad y el ciclado de los nutrientes, entre muchos otros. También la reducción de la transmisión de enfermedades es un servicio ecosistémico.

Pero los ecosistemas degradados dejan de prestar esos servicios o lo hacen de manera menos eficiente.

Estudios científicos han demostrado que la aparición de epidemias y pandemias como el SIDA, SARS y Ébola, entre muchas otras, está directamente relacionada con la destrucción de los ecosistemas naturales y la pérdida de biodiversidad.

Hoy, la aparición y rápida expansión del coronavirus nos ha puesto en cuarentena. Y su aparición también tiene que ver con la degradación de ecosistemas naturales y pérdida de biodiversidad.

Este período de aislamiento debe ayudarnos, a todas las personas, a reflexionar acerca de la importancia de habitar un ecosistema sano, de recuperar sus especies y sus relaciones ecológicas, y de promover economías locales que reduzcan el riesgo del brote de nuevas pandemias en el futuro.

Todos podemos contribuir a la restauración de la naturaleza y a la recuperación de los ecosistemas, cuidando y conociendo las maravillosas áreas protegidas de los respectivos países, respetando y conviviendo con la imponente fauna silvestre y apoyando el desarrollo de economías locales, más distributivas y con un menor impacto sobre el medioambiente.

La necesidad de defender la vida frente a la pandemia, que medios y funcionarios de todo el mundo parecen haber comprendido a la fuerza, es la misma que comunidades de todo el planeta vienen planteando desde hace décadas con respecto a la cuestión socioambiental (crisis climática, fracking, mega-minería, envenenamiento por agrotóxicos, industria y producción alimentaria enfermante, contaminación de ríos, mares, suelos y aire, entre tantas otras pandemias económicas y sociales).

El desafío que parece dibujar el futuro plantea en qué medida la humanidad será capaz de encontrar modos de vida, trabajo y producción que no dependan de un consumismo irracional, y de modelos que, además, solo han incrementado la desigualdad.

Entendamos pues que “La pandemia, entonces, es un signo que habrá que aprender a leer”.

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