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La temporada de calor extremo que ha estado azotando a Yucatán ha incrementado la ocurrencia de incendios de maleza en varios puntos del Estado. Un incendio forestal se define como un fuego que, cualquiera sea su origen, se propaga sin control en terrenos rurales a través de vegetación leñosa, arbustiva o herbácea, ya sea viva o muerta. Es decir, no solo se queman los árboles, sino que se destruye todo un ecosistema de especies vegetales silvestres y también animales que habitan en estos terrenos, y en ocasiones se pone en riesgo a viviendas aledañas a estos terrenos.

Recordemos que lamentablemente muchos de estos eventos de fuego se originan por el descuido de campesinos que, al quemar su parcela en el proceso de roza, tumba y quema, descuidan el fuego y éste se propaga a otros terrenos. A este problema le debemos sumar el daño ambiental que provoca un incendio que consuma grandes porciones de vegetación. Se calcula que entre el 80% y el 90% de los incendios son causados por el ser humano, bien de forma accidental o intencionada. Estas cifras sobrepasan la capacidad de recuperación natural de las especies, lo que trae como consecuencia problemas de supervivencia.

Debido al clima existente en buena parte del territorio yucateco, las estadísticas indican que el periodo de mayor ocurrencia de incendios forestales es entre los meses de abril y junio, como estos meses coinciden con una mayor concentración de población en sectores rurales y turísticos -parques, reservas nacionales y áreas de vegetación en general-, los cuidados se deben extremar en las actividades que utilicen fuentes de calor y se recomienda excluir el uso del fuego como herramienta de trabajo silvoagropecuaria.

Por esos motivos la biodiversidad de la zona incendiada experimenta cambios en su estructura y en su composición. Pero el impacto medioambiental de los incendios forestales no se limita a la biodiversidad. Un incendio incide de manera similar en suelo y agua, ya que ambos están relacionados. La tierra queda casi estéril, el suelo se vuelve más impermeable e impide la penetración del agua en su interior. El manto vegetal desaparece y, con él, la barrera natural que retiene el agua. Además, un incendio trae consigo gases, incluidos los de tipo invernadero, como el dióxido de carbono (CO2), que acaban también en la atmósfera. A esto hay que añadir los costos económicos que se derivan de todo incendio forestal.

La madera, así como sus productos derivados, junto con los productos alimenticios de la zona, ya no pueden aprovecharse. El ecosistema pierde su atractivo tanto para las actividades de ocio como para las de turismo. Además, a esto hay que añadir el costo económico de las labores de regeneración.

Pero los daños no solo son económicos; el impacto social y ambiental de un incendio forestal es considerable. Se dañan el paisaje, los terrenos, los cultivos, el aire, e incluso sube la temperatura ambiental a ras del suelo, provocando el ya famoso “efecto invernadero”.

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