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La noche tiene extrañas maneras de obrar. Y a veces uno sale esperando que le pase algo; buscando ensuciarse un poco el alma en alguna liturgia social, encuentro fortuito o exceso permitido. El peligro, la adrenalina, la pulsión de muerte susurrándote al oído: “déjate caer, déjate caer”.

Y así fue. Estoy bailando una danza rota con mi ansiedad social en la puerta del Chembech Listening Club tocando el timbre. Una, dos, tres, nadie abre. Nadie me quiere aquí, seguro; está lleno. No soy digno de este club. ¿Se acuerdan del chiste de Freud que se le atribuye a Groucho Marx?, “Jamás pertenecería a un club que tenga a alguien como yo”.

De repente, como a quien se le abren las puertas del cielo “Knock-knock-knockin’ on Heaven’s door”, el aura celestial de Oscar, El Gran Procurador de Chembech Listening Club: “hermano, pásale. Estaba abierto. Bienvenido. ¿Qué te sirvo?”. Todas las mis angustias sociales eran un precipicio de diez centímetros. En la tornamesa, El Gambu galu tira fuego: “Mira Pedrito, fuego; apaga, mírame ese fuego, fuego; que está mira calientito, fuego; que se queman los pollitos, fuego; que yo tengo ahí en mi jaula, fuego”.

Oscar, El Gran Procurador no recibe su título nobiliario por sus dotes en la carrera judicial (un auténtico meneo en estos momentos, dicho sea de paso). Oscar, es una persona que procura. Procurar. Definición de la RAE: “hacer esfuerzos para que suceda lo que se expresa”. El Gran Procurador, válgase la redundancia, procura, hace esfuerzos para que las personas que están por coexistir en el Chembech se expresen entre sí. ¿De qué trata Chembech?:

“Se trata sobre la música y la experiencia que gira alrededor de la música. La música como una experiencia colectiva; una reunión de amigos, una estimulación de nuestros sentidos. ¿Qué hacías cuando te reunías con tus amigos en la prepa?: se juntaban a escuchar el nuevo disco de equis banda, platicaban, comían algo, tomaban algo. Chembech no es un bar, es un club de escucha, es un refugio”, me responde El Gran Procurador mientras intenta devorar unos espaguetis. Todo gran poder conlleva un gran apetito y responsabilidad. Nada sobra en el lugar y tiene una función específica. Menos, es más. En algún momento El Gran Procurador se levanta de mi mesa y me deja solo. Tiene que continuar sus labores ilustres. El deber llama. Mientras tanto, El Gambugalu está jugando con mi situación sentimental en la tornamesa con los Boogalo Assassins: “No, no, no, You don´t love me and i know now”. Ay dolor, ya, me volviste a dar. Estoy a dos de pararme a decirle un par de cosas al Gambugalu. En el sofá de adelante, justo enfrente de la tornamesa, un grupo de amigos interactúan entre sí. “Los nenes con los nenes; las nenas con las nenas”. Una chica le pregunta a otra: “¿Y tú, bailas? “No. Yo nomás me agito”, responde la otra con una risa despreocupada. Me parece una respuesta genial. Del otro lado del sofá, la pareja de amigos intercambia secretos, ansiedades y consejos en las artes furtivas de la seducción en sus dos modalidades: presencial y online (todo muy modernou): “Mira, yo nunca he podido ligar en un bar, salvo en la antigua Mezcalería cuando apagaban las luces y era la colisión de dos cuerpos queriéndose destruir en un perreo. Destrucción. Destrucción. Pura destrucción, hermano. Una vez prendidas las luces, los dos sabíamos que habíamos cometido un grave error y seguíamos cada quien nuestros caminos y nuestras vidas sin ni siquiera darnos las gracias”.

Una conversación de altura, sin lugar a dudas. Chembech es una procuraduría del tiempo, del sonido, de la frecuencia, del olfato, del gusto, de la conversación, de la proximidad, de la reciprocidad, de los afectos. Afectos que a través de la música nos evocan el ayer. Pero también los afectos que están en el porvenir, que están por construirse. Comienza en Chembech Listening Club.

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