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Claudia tomó una taza y con la mano temblorosa intentaba llenarla con agua caliente, su temblor era tan notorio que el maestro que se encontraba en la misma oficina con ella se acercó para llenarle la taza, nerviosamente buscaba abrir el sobrecito de té, hasta en eso el maestro le auxilió, se veía consternada y con gran ansiedad, sus ojos iban y venían por toda la oficina para finalmente clavarlos en el suelo, como si lo más importante del mundo en ese momento fuera el ver sus pies, abrumada se mantenía inmóvil con la taza entre las manos.

Después de dos o tres frases de mera cortesía entre alumna y maestro, ya sentada, Claudia de improviso le espetó a su maestro: “estoy en tratamiento psiquiátrico por depresión”. Tratando de guardar la compostura el maestro le preguntó: ¿estás tomando algún medicamento?, ¿ya lo tomaste hoy? La muchachilla respondió con un seco sí, en esos momentos entró uno de los directivos de la escuela a la oficina y dirigiéndose a la niña le dijo: “no he podido localizar a tu mamá por teléfono”, probablemente no me conteste por no conocer mi número, ¿no puedes llamarla tú?”. Un tanto mecánicamente, Claudia comenzó a marcar, pero a pesar de insistir en un par de ocasiones, sus llamadas no tuvieron respuesta.

El maestro le preguntó si no tenía algún hermano mayor a quien llamar, ella le contestó que sí, pero que no estaba, pues estudiaba universidad fuera de la ciudad, por lo que el maestro le sugirió comunicarse con su papá para pedirle que fuera por ella, ya que en ese estado no podía intentar estar en clase; fue en ese momento cuando el rostro de la niña se transformó en una mueca, casi susurrando le dijo al maestro: “no, a mi papá no por favor, a él no le gusta que le llamen por estas cosas, se pone de mal humor, le molesta mucho”, tanto el directivo como el maestro guardaron silencio, al no poder localizar a nadie de la familia, el directivo se retiró unos momentos mientras Claudia bebía su té.

Después de unos minutos de silencio, Claudia se atrevió a decirle al maestro: “mi papá es muy machista, se molesta mucho conmigo cuando le hablan por esto, se pone violento”. Sin saber exactamente qué contestar el maestro se concentró en tratar de calmarla y que bebiera todo su té, la plática fue surtiendo efecto y, después de un buen rato, el rostro de la niña comenzó a serenarse.

Triste mundo éste, en donde niños están sometidos a tratamiento psiquiátrico, más triste aún el que una niña le tenga tanto miedo a la reacción de su padre por el simple hecho de estar enferma; enferma está nuestra civilización, enfermas están nuestras familias, enfermas nuestras almas cuando hemos creado un mundo en el que una niña tiembla ante la posibilidad de llamarle a su padre.

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