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Desde marzo iniciamos una convivencia que nadie esperaba, cada quien se encargaba de su proyecto de vida; las actividades laborales, escolares, personales y de diversión se encontraban debidamente agendadas. Muchos ya tenían dispuestos sus tiempos y actividades, lo cual es común y normal en una vida común y normal.

Todo marchaba conforme la agenda disponía, cumpliéndose cada cosa en su tiempo: cinco de los siete días para enfocarnos al ámbito laboral, académico o de actividades productivas para llevar el sustento a la familia. Los dos días restantes los usamos para convivencia y esparcimiento, siendo que estos momentos son aquellos que más nos acercan como familia, en virtud del acelerado ritmo de vida cotidiano.

Dependiendo de la edad y cantidad de integrantes de la familia es como se encuentra organizada toda una semana de actividades, por lo regular quienes ya tienen resuelta su parte académica y laboral enfocan su tiempo en ese tipo de actividad, situación diferente a los niños, entendido que este término, como lo señala la convención sobre los derechos del niño, abarca a quienes no hubieren llegado a la mayoría de edad.

Los niños se encargan, o al menos deberían hacerlo, de toda actividad sana que les permita obtener los elementos que les servirán para enfrentar una vez adultos la vida, entre esa ocupación tenemos las actividades académicas y el sano esparcimiento en un ambiente familiar benéfico que los formará como personas de bien.

Ante lo descrito valdría la pena preguntarnos qué será lo que está sucediendo con los adultos y con los niños en este nuevo escenario.

En las condiciones imperantes ante las nuevas circunstancias resulta que los efectos no son muy favorables para la convivencia, muchos adultos han perdido su empleo, su negocio, o la oportunidad de iniciar un proyecto, sin dejar de mencionar los que han perdido la vida y aquellos que perdieron la tranquilidad después de salir de la enfermedad que tiene muchas implicaciones de diversa índole.

Si lo descrito pareciera mínimo, valdría la pena preguntar acerca del estado emocional en el que la gran mayoría de los adultos se encuentran; desánimo, temor, frustración, ansiedad y otras emociones se convirtieron en los verdugos de todo lo que pensamos y sentimos. Muchos no ven la luz al final del túnel. Esa es la situación de los adultos, quienes tenemos una única ventaja sobre los niños: la capacidad de discernir.

Niñas, niños y adolescentes han perdido mucho más que los adultos, ya que buena parte está en cuarentena desde marzo, no se les ha permitido salir. Deberíamos imaginar lo que representa una clase virtual de más de una hora para ellos, pensar también en la imposibilidad que tienen de convivir con sus compañeros de escuela con los que soñaban nuevos mundos. Es así como llegamos a la reflexión en la que debemos preguntarnos qué estamos haciendo por niñas, niños y adolescentes.

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