"El general Lee"
No soy un apasionado defensor de los gringos (me cae mal su prepotencia), pero no dejo de admirar su talento y capacidad para generar riqueza y ciencia.
A 152 años de concluida la guerra civil en Estados Unidos (1861-1865) “el problema racial sigue dividiendo a los estadunidenses”, dice BBC Mundo en amplio reportaje que explica quién es el general Robert E. Lee, cuya estatua en Charlottesville, Virginia, está en el centro de las manifestaciones de blancos supremacistas (racistas) y neonazis, a quienes su presidente, Donald Trump, no parece muy entusiasmado en condenar.
La guerra civil en Estados Unidos –cito al historiador Eric Hobsbawm, “la más larga de todo el siglo XIX” (no toma en cuenta a México)-, saldada con la derrota de los sureños proesclavistas por los ejércitos abolicionistas del norte, no terminó de resolver los conflictos que le dieron origen y hasta ya muy entrado el siglo XX se reflejaba en segregación y discriminación de todo tipo, en los deportes (recuérdese a Jackie Robinson, primer negro en Grandes Ligas), en los transportes, los restaurantes, el medio laboral y político.
Hoy día, gracias a Trump, ha vuelto a los primeros planos porque los blancos adictos a grupos deleznables como el Ku Klux Klan y los neonazis, envalentonados por la simpatía del mandatario, vuelven a tomar las calles para reivindicar la supremacía de la raza blanca (como si tal cosa existiera: lo único real es que los blancos sufren una deficiencia de melanina) y, a contrapelo de la historia y el progreso de la humanidad, sacan banderas que ya deberían estar sepultadas en los sótanos del pasado como ignominiosas e indefendibles.
El mismo general Lee, a quien defienden por su pasado proesclavista, tras su derrota militar (en la famosa batalla de Gettysburg), se convirtió en activo promotor de la reconciliación entre norte y sur y fue un destacado pedagogo, cuyo nombre lleva una universidad: la Washington Lee, de la que fue rector.
Por eso es difícil de entender, y más difícil de defender, la actitud de esos alebrestados blancos que no dudan en llegar a actos de terrorismo inicuos como el de Charlottesville y, más aún, la de su jefe, Donald, que ha causado conmoción en los círculos de poder estadunidenses, al grado de que ha desbaratado el gabinete con el que empezó su mandato hace apenas siete meses.
No soy un apasionado defensor de los gringos (me cae mal su prepotencia), pero no dejo de admirar su talento y capacidad para generar riqueza y ciencia. Por eso, y porque compartimos una única raza: la humana, no puedo menos que desear que vuelvan la paz, el orden y la inteligencia a gobernar esa nación. Nos conviene a todos.