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Mi inveterada costumbre de criticar –tanto que me han dicho que nada me parece bien, lo cual no admito porque hay muchas cosas que sí me parecen, como las reculadas de AMLO ante el embate de la realidad- me encaminaba a señalar precisamente, respecto del presidente electo, la gran capacidad que tienen sus seguidores de no ver, como él sí ve, que muchas promesas que hizo durante la campaña son imposibles de cumplir. Celebro la fidelidad al líder de quienes, aunque se den de topes con el mundo real, prefieren no verlo. Por cierto, agradezco al licenciado Carlos Sobrino, quien ayer muy temprano me dijo que su artículo estaba dedicado a mí porque “todo lo tomas en serio”.

La honda emoción estética que me causó la presencia en Mérida del maestro Carlos Prieto -chelista de clase mundial, escritor, lingüista y académico genial-, que dibujó una sonrisa de satisfacción emocional en mi alma, me impidió molestarme (como decimos los yucatecos) con el sarcasmo de mi amigo político. Lo de Carlos y Chelo Prieto –su Stradivarius de casi 300 años- fue un acontecimiento cultural de la mayor relevancia y festejarlo me va a impedir que muestre mi mal carácter durante muchas semanas, así que perderán su tiempo quienes quieran sacarme de mis casillas.

La presencia de los Prieto en Mérida me hizo desarreglar mi rutina de los domingos, que en términos generales consiste en trabajar en la encomienda de este periódico, y acudir al concierto que ofreció al mediodía, con teatro a reventar, en el Peón Contreras, con la magnífica Orquesta Sinfónica de Yucatán.

La música del nacionalismo mexicano, con Revueltas, Galindo y Moncayo como banderas (Carlos Chávez como su iniciador), siempre me ha gustado. El programa, por tanto, era imperdible. Más si como solista estaba anunciado Carlos Prieto con Espejos en la arena, dedicada al chelista por Arturo Márquez. Las ovaciones, largas y emocionadas, que bajaron de las plateas, recorrieron las butacas y arroparon en el escenario al maestro, rodeado de la OSY, sensacional bajo la batuta de Juan Carlos Lomónaco, coronaron la presencia de don Carlos en Yucatán.

Janitzio, Sones de Mariachi y Huapango se oyen con deleite siempre. El domingo no fue la excepción.

Yo, hasta colgado de la araña que baja del fresco de Allegretti, hubiera asistido. Gracias a Justo no fue necesario. La música cura todo.

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