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Trabajó muchos años de cartero hasta que se jubiló, seguramente cansado de pedalear la bicicleta que heredó de su padre, o de algún tío por línea materna, puesto que hasta la fecha se dedican a la reparación de llantas. Su trabajo era hermoso y digno, ya que, acompañado de la expresión amable que siempre lo ha caracterizado, entregaba cartas de casa en casa, a veces llevando buenas noticias, cuyo sobre surcaba por los aires de alegría, y otras más tristes, tratando de consolar al destinatario por la amargura que anunciaba la carta.

Su jubilación llegó a tiempo, no solo porque cuando se retiró conservaba el vigor atlético que le nació del ciclismo, sino porque las cartas que se despachaban eran cada día menos y aquello le estaba causando abatimiento. Y no es que en la actualidad exista pérdida en cuestión de afectos que no impida escribirnos cartas, sino lo que ocurre, a mi entender, es consecuencia de los avances de la tecnología digital que ha desplazado la escritura a pluma y lápiz. En fin, cansado y con el trabajo reducido a su mínima expresión, echando en los buzones cuentas bancarias y recibos de telefonía, el aroma de las cosas fue perdiendo su encanto y se alejó para siempre de ese oficio precursor de las relaciones globales.

En alguna ocasión me lo topé, él ejerciendo el portento del trabajo que ahora tiene, pregonando pozole con coco por las calles de Mérida, y me regresó a la memoria, como un rayo fugaz, que desde muy joven gustaba que le llamáramos Mister Postman, apodo que aludía al trabajo donde laboró más de treinta años, pero sobre todo a su gusto por la vieja canción grabada por Los Beatles en 1963, Please Mister Postman. El recuerdo, a su vez, me hizo pensar en las líneas divisorias, si alguna existe, entre lo global y lo local, entre ese llevar y traer correspondencia de todas partes del mundo, imperante hasta hace unos años, y la venta de pozole con coco en plena era digital, como expresión imbatible de la cultura yucateca.

Mister Postman articula a perfección la venta local de pozole con coco, pregonado a capela, con la vieja costumbre de apodarlo con el título de una canción que hicieron famosa Los Beatles y que lo atrapó para siempre. Es cierto que Mister Postman traía y llevaba cartas y pequeños paquetes de muchas partes del mundo, y acaso de esa práctica le nació el gusto y la posesión de discos de la vanguardia del rock. Recuerdo haber oído por primera vez con mi amigo cartero el álbum de Los Rolling Stone, Aftermath, grabado en 1966. Todos los recuerdos los tengo claros, pero continúo preguntándome cómo desafiaban la estrechez del ámbito una generación de jóvenes que, como Mister Postman, lograban injertarse en la globalidad. Pienso que a lo mejor nunca fuimos completamente locales, ni tan conservadores como pregonan algunas voces trasnochadas que no son sino mensajeros del pasado e inconfesables agoreros del futuro. Como en la postrimería de los años sesenta, Mister Postman continúa sintonizando su viejo radio de 5 bandas y se mantiene en la globalidad desde su modesta casa por el rumbo de San Damián.

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