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En una nota publicada en febrero de 1942, Alfredo Barrera Vásquez describió que recién consumada la conquista de Yucatán, sobrevino una plaga de langosta tan espesa que impedía mirar la luz del sol, por lo que los vecinos españoles, tratando de buscar remedio para semejante problema, se apersonaron ante el obispo, y entre todos acordaron que la medida que se tomaría para aplacar a Nuestro Señor sería la emisión de un decreto para que se eligiese un santo que con su patrocinio y ruego cambiase la Majestad Divina su castigo en misericordia, y suspendiese la amenaza que hacía con estos animalejos capaces de destruir toda la provincia. Echáronse suertes y salió San Juan Bautista como protector, por lo que se le edificó una ermita a cuatro cuadras de la Catedral, de acuerdo con lo que señala Francisco de Cárdenas Valencia en su Relación Historial Eclesiástica de la Provincia de Yucatán, escrita en 1639. Desde entonces, y por mucho tiempo, San Juan Bautista fue el abogado para expulsar a las langostas y en aquel templo se le hacían rogativas para que ayudase a su desaparición. El mismo cronista dice que el santo cumplía a las mil maravillas, aunque en la época en que Barrera Vásquez escribió su artículo, al parecer el santo había olvidado su papel y lo recordaba poco la feligresía.

En 1962, los pueblos mayas de Yucatán, si bien habían asimilado las rogativas a San Juan como repelente contra el voraz acrídido, sus creencias relacionadas con el origen de las plagas de langosta, que causaban situaciones de miseria y en un instante arruinaban las labores agrícolas de un año, nacieron, según narraciones mayas que recopiló Luis Rosado Vega, de una maldición que bajaba del cielo como castigo a un sujeto que maltrató a su madre, una humilde viuda que creció con grandes esfuerzos al campesino que, preso de soberbia, enloqueció quizás porque su milpa siempre florecía provechosa y las lluvias caían a tiempo, sin nunca agradecer a los dioses ni a su madre lo mucho que hacían por él. En cierta ocasión, los ultrajes a su madre pasaron a la agresión física, intentando el condenado campesino degollarla con su coa. Herida la mujer desapareció del pueblo y al arrogante campesino le crecieron serpientes en las manos, por lo que enfermó al no poder ingerir alimento alguno, dado que al agarrar una tortilla o cualquier otro alimento, los dedos de sus manos convertidas en la boca de las serpientes que le crecieron en las extremidades se devoraban la comida. Su milpa, otrora fructífera y provechosa, fue oscurecida como nunca antes se había visto en el Mayab por una plaga de zaak, como llaman a la langosta en lengua maya, y desde entonces el voraz acrídido se cierne sobre las milpas de tiempo en tiempo, en tanto los j’menes elevan sus plegarias para que regrese la madre maltratada a perdonar al hijo altanero que de alguna manera encarna la vanidad que a veces impera entre la gente.

Los remedios actuales contra las plagas de langosta, compuestos generalmente por pesticidas tóxicos que resultan nocivos para la naturaleza y para la salud, imponen nuevas rogativas y otras cosmovisiones que atenúen esta ancestral afectación que sufren los campesinos mayas.

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