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En torno al relato biográfico de San Juan Crisóstomo, hay versiones distintas provenientes del siglo XIII, y al parecer tienen su origen en las primitivas historias egipcias sobre los ermitaños que buscaban la soledad del desierto, según Roger Bartra.

Juan era un joven sacerdote que se retiró al bosque para escapar de la corrupción del mundo. Buscó refugio en una cueva para dedicarse a rigurosos ejercicios ascéticos. Durante mucho tiempo vivió dedicado a la contemplación, alimentándose de hierbas y dejando que su vieja vestimenta rota cayese en pedazos.

Un día llegó a la cueva de Juan una joven y bella princesa, hija del rey de Sicilia o de Barcelona, según la versión que se lea. La hermosa muchacha fue transportada al lugar por un viento poderosísimo de origen sobrenatural. Una versión alemana dice que fue un grifo, bestia mitológica, el que llevó a la princesa al bosque cercano el cual atravesó desnuda. La joven llegó exhausta y llena de miedo a la morada del ermitaño. Le rogó a Juan que la alojase, pues temía a las bestias del bosque. El sacerdote inicialmente se resistió, sospechando que la mujer fuera una encarnación del diablo, pero al final cedió ante los ruegos de la doncella. Ella finalmente se alojó en la cueva de Juan; al paso del tiempo ambos se rindieron a sus deseos carnales y tuvieron relaciones sexuales.

Posteriormente, la princesa desflorada fue rechazada por el ermitaño a pesar de que ella sentía una desbordada admiración y pasión por el famoso sacerdote, en quien veía al hombre más hermoso de la tierra. El ermitaño arrepentido de sus actos y por miedo a desviarse de sus objetivos, pensó que tenía que deshacerse de la princesa. Entonces la condujo a un precipicio y la lanzó al vacío con la intención de matarla. Presa de los remordimientos, se impuso la pena de vivir como una bestia, desnudo a la intemperie y caminando a cuatro patas, para lograr de nuevo el favor de Dios.

Con el tiempo le creció sobre la piel una tupida capa de pelo que le cubría todo el cuerpo. Después de varios años, un cazador atrapó a Juan, convertido en un extraño hombre-bestia y se lo llevó al rey, padre de la chica, ante el cual Juan confesó sus acciones. Luego condujo al cazador al lugar donde él la había despeñado. Para su sorpresa, encontraron milagrosamente viva y sana a la princesa. Cuidaba entre sus brazos a su hijo, al que había dado a luz en el fondo del barranco.

Gracias a la penitencia de Juan, de vivir como hombre salvaje, se logró la protección milagrosa de la princesa. Juan fue perdonado por Dios y recobró la apariencia humana. Como premio a su vida dedicada a expiar sus pecados, fue nombrado obispo y murió como un santo.

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