Mirada sociológica de la violencia (y III)

Cesia S. Rodríguez Medina: Mirada sociológica de la violencia (y III).

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Si la violencia no se encuentra en la naturaleza del ser humano es pertinente señalar e identificar aquellos factores que permiten su reproducción de manera imperceptible en la vida de las mujeres y hombres, desencadenando nuevas formas de ejercerla sin que podamos reducirla. En la anatomía de la violencia de lo individual a lo social se observa en primera instancia a una persona predispuesta por diversas condiciones a reaccionar ante los estímulos que la afecten, esto significa que la respuesta será aquella que repite aprendiendo de los medios en los que se desarrolla. Por otro lado, encontramos ésta acción cuando es legitimada por aparatos de orden como se mencionó en el artículo anterior, en donde la violencia es justificada como disciplinar, porque es utilizada como recurso para controlar los actos reprobados por la ley (delincuencia, crímenes, etc.).

En ambos casos se reconoce lo que la antropóloga Rita Segato (2018) nombró como “pedagogías de la crueldad”, haciendo referencia a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan a los sujetos a transmutar lo vivo y vitalidad en cosas, se enseña algo más que a matar, en donde la repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de crueldad y, con esto se promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora. A su vez, este fenómeno es resultado de un proceso de insensibilización que se construye desde el efecto aislamiento, provocando que las personas no generen vínculos de sentimientos hacía el sufrimiento del otro, la dureza hacía los actos crueles se normaliza creando un perfil de individuos incapaces de reaccionar ante las atrocidades cometidas en lo privado y en lo público.

Esta descripción nos parece familiar si reflexionamos en lo que sucede a nuestro alrededor cuando diariamente imperan estos actos de violencia. Entre las formas de representación se pueden distinguir las siguientes; cultura de la masculinidad haciendo referencia a la asignación de características de superioridad al hombre sobre su conducta y sentimientos, obligándolos a moldearse a los dictámenes de su género. También encontramos la simbología de la violencia manifestada en diversos medios de comunicación, donde se naturaliza la violencia al exponer sin límites, como lo son el material audiovisual (películas y/o series) o las noticias que sin ningún tipo de sensibilidad muestran los actos violentos como espectáculo, por otro lado se encuentran los abusos de poder y brutalidad que ejercen los aparatos del Estado sobre las personas al someterlas bajo ningún tipo de mesura. Estos ejemplos son solo algunas de las formas más visibles que se entrelazan generando que sea casi imposible eliminar la violencia y sus formas.

En definitiva las conclusiones multidisciplinarias dedicadas al estudio sobre la violencia no emiten una solución a este fenómeno, sin embargo, cabría cuestionarnos nuestra realidad para identificar qué tanto hemos contribuido a su reproducción, por otro lado, habría que intentar desaprender estas normas que influyen y condicionan los patrones de conducta en las personas, como también cuestionarnos nuestra estructura social.

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