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El miércoles 27 pasado se inauguró en Córdoba, Argentina, el VII Congreso Internacional de la Lengua Española, un evento de la mayor importancia para quienes nos expresamos en español –incluido el presidente López que exige al monarca ibérico, que se disculpe por las atrocidades cometidas por los conquistadores en México y lo hace en el idioma que nos legaron aquéllos- y que tiene su antecedente más remoto en el que tuvo como sede la ciudad de Zacatecas, donde se celebró por primera ocasión del 7 al 11 de abril de 1997.

Este año, la magna asamblea de los expertos en el idioma, desde lingüistas hasta laureados novelistas y poetas, concluye mañana sábado 30 y tiene como lema “América y el futuro del español. Cultura y educación, tecnología y emprendimiento”.

Javier Rodríguez Marcos, enviado del periódico español El País, dice: La palabra fetiche en todos los congresos de la lengua es “unidad”, a la que a veces se le añade “diversidad” para que no se confunda con “uniformidad”. Pero la unidad tiene una historia. En el siglo XIX, con las independencias de las repúblicas americanas, algunos auguraron que el castellano sufriría en el nuevo continente una fragmentación similar a la que siglos atrás había sufrido en el viejo continente el latín.

Hoy el peligro de dispersión no viene por el lado de la filología nacionalista sino por el de la tecnología global. Por eso, insistió Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, el congreso dedicará varias sesiones a la inteligencia artificial: “Actualmente hablan español más millones de máquinas que de hombres”. Máquinas, dijo, que ya son “capaces de crear variables semánticas. La lengua de la inteligencia artificial tiende a diversificarse y hay que tomar medidas”.

No es casualidad que la primera sesión de trabajo del congreso de Córdoba estuviese dedicada a este tema ni que en ella participaran José María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica, y Chema Alonso, jefe de datos de la compañía de telecomunicaciones, que se presentó como “hacker” en la acepción buena –la segunda– que la palabra tiene en el diccionario académico.

Ambos insistieron en que los algoritmos de los correctores automáticos, basados en la recurrencia de información, tienden a viralizar errores –infinitivo en lugar de imperativo– y a reprimir, por infrecuente, la parte más creativa de la lengua: “De las 93,000 palabras del diccionario, Word señala como incorrectas 7,500”, explicó Álvarez-Pallete, que insistió en que no era el momento de la tecnología –“ya está aquí”– sino de las humanidades y la regulación. Si las academias, reconoció Muñoz Machado, no elaboran un código que pueda ser aplicado por todas las empresas tecnológicas y garantice la unidad de la lengua, “el español de las máquinas hará que no nos entendamos”.

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