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El exilio tiene la bondad de permitirnos regresar a casa y encontrar nuestros espacios como el mejor lugar para despejarse y descansar. Tengo la fortuna de que mi trabajo me lleva a moverme por distintas ciudades del país y en temporadas largas en la Ciudad de México, donde la inseguridad deja su marca cada vez más profunda.

La verdad es que en todo el tiempo que llevaba trabajando ahí, jamás había vivido algún episodio de violencia, pero el 19 de septiembre -a exactamente un año del temblor de 2017-, las cosas cambiaron.

Esa tarde salimos de un ensayo, la convivencia con los entrañables actores con los que ensayaba había construido una amistad que se confirmaba al salir a comer o beber un café.

Ese día nos fuimos a una concurrida cafetería en la Roma. La lluvia se dejó caer con fuerza, los empleados bajaron los toldos y minutos después tres jóvenes encapuchados nos apuntaban con pistolas, nos pidieron nuestras pertenencias, uno de mis amigos se resistió y el asaltante cortó cartucho, a mi amiga también le tocó que cortaran cartucho a pesar de que no se resistió.

Todo se empezó a mover en cámara lenta, tomaron las pertenencias del resto de los comensales y la caja de la cafetería. Huyeron corriendo bajo la lluvia, nosotros con el corazón en vilo, temblando, repasando el peligro que acabábamos de vivir. Hicimos las denuncias pertinentes, los seguros y algunos recuperamos nuestras pertenencias.

Lo que tardamos en recuperar fue la calma. Yo no me sentía tranquila fuera de casa, me inquietaba sentarme de nuevo en cualquier restaurante o cafetería, sentía que de un momento a otro iban a reaparecer los asaltantes.

Dos cosas me siguen pesando de ese hecho: 1) los asaltantes se veían muy jóvenes, como de 15 años; 2) una de las pistolas era de juguete, me dicen que es una estrategia delictiva, si los detienen infraganti con la pistola falsa no hay delito, porque es un juguete.

Yo no dejaba de pensar en la pistola apuntando a mi cabeza y a la de mis amigos, fueron meses de escuchar consejos: no puedes permitir que eso te arruine tu tranquilidad, tienes que salir, tienes que pensar que ya pasó.

Me afectaba pensar que era parte de una estadística más en una ciudad dominada por la delincuencia, me afectaba pensar que tuve suerte, que otros ya no están para contarlo.

Dicen que si aún seguimos aquí es porque nuestra misión no está terminada. Agradezco que así sea y quiero creer que mi misión se va cumpliendo en el teatro: hay tanto por hacer.

Y yo decidí que he de hacerlo donde mejor pueda desarrollar y compartir mi trabajo.

Amo estos días, no tanto por las fiestas, pues creo que han perdido mucho sentido, los amo porque desde hace un buen tiempo significan volver a casa, a la convivencia con mi madre, con mi familia y conmigo misma.

Porque siempre es un privilegio hacer el recuento del año y hacer conciencia que, si hay vida, el saldo siempre es a favor.

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