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Me gustan los ciclos, el tiempo que avanza y con ello deja atrás muchas cosas. Es increíble todo lo que se puede acumular en un año, no sólo en cosas materiales o basura, sino también en esas cosas personales que a veces duran mucho y en realidad sirven para nada.

El tiempo también nos permite saber si en realidad hemos cambiado o nos siguen doliendo y afectando las mismas cosas. Gozo mucho la sensación de soltar, dejar, aprender y continuar.

Aprendí la lección de que es imposible agarrar lo nuevo si tenemos los puños crispados agarrando cosas viejas. Un año que termina es también un tiempo para cerrar, despedirse y olvidar.

Personalmente viví un año de experiencias bastante equilibradas: desde un asalto a mano armada hasta funciones entrañables fuera mi país. De amorosos reconocimientos que me impulsan a seguir creando y creyendo.

Este año falleció una de mis hermanas, no fue fácil recibir la noticia a kilómetros de distancia, pero el tiempo en que permaneció en coma con una lesión cerebral nos fue preparando para el momento fatal.

Un día en que mi familia estaba en casa, una veladora explotó y mi madre -con esa capacidad premonitoria que ha tenido toda su vida- dijo: “Mi hija está muerta”.

A los pocos minutos nos avisaron de que mi hermana mayor había fallecido. Pensé que eso era mucho para mi madre, creí que no lo soportaría, ella ha visto morir a 4 hijos pequeños, no creí que en esta vida volvería a experimentar el dolor de la muerte de un hijo, pero tristemente así fue.

En verdad creí que no podría con eso, que las enfermedades que la aquejan y el dolor de la pérdida nos pasarían una factura definitiva. . Olvidé la fortaleza de las madres de antaño y que mi mamá es una de ellas.

Se ha repuesto poco a poco, le gusta pensar que cuando le toque la hora fatal, mi hermana vendrá por ella para ayudarla a cruzar el umbral de la vida y la muerte.

Si los que alguna vez amamos nos esperan, a mi madre la esperarán cinco de sus hijos al final del túnel y serán felices en la eternidad. A mí me hizo falta despedirme de mi hermana, ¡si alguien nos dijera que es la última vez que vemos a las personas que nos importan!

Pero eso es impredecible: como la vida, como la muerte. Por eso creo que hay que despedirse siempre en los mejores términos y con la mejor sonrisa.

El fin de un año es maravilloso para despedirse, bajar la cortina de lo que ya fue y enfocar la energía y el amor en lo que se inicia. Algo termina y algo nace, así el ciclo de la vida, así lo que podemos aprender.

Creo en el poder de las palabras: deseo que sea un gran año para todos, que sepamos pedir ayuda, abrazos, besos, disculpas, amor, distancia, y lo que nuestro espíritu necesite.

P.D. Mi hermana mayor se llamaba Esperanza, en honor a su nombre y su memoria, conservo la esperanza de que éste sea un gran año: pleno de aprendizajes, descubrimientos y amor.

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