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Siempre he creído que la vida pasa por las manos de las mujeres; sus formas de dar vida son mágicas, y no me refiero sólo a la maternidad, las mujeres damos vida al hacer crecer las plantas, al cocinar, al dar abrigo y amor. Cuando creces en medio de un matriarcado, es fácil estar cerca de las historias que cuentan las mujeres.

Las mujeres nunca tenemos secretos, siempre hay alguien dispuesto a revelarlos y esa es la esencia agridulce de nuestra vida.

Yo agradezco la memoria de mi abuela, siempre contando acerca de su vida en Dzitás y cómo era la educación de las mujeres en esos tiempos; así supe de muchos “secretos” que solo eran revelados en caso de urgencia, como cuando alguna de mis hermanas pasaba demasiado tiempo en la iglesia y la abuela decía: “No tanto, no tanto… acuérdense de la tía Marbella” y así supe que siendo adolescente la tía Marbella (una mujer de belleza mítica, que iba de la casa a la iglesia y de la iglesia a la casa) había quedado embarazada del cura del pueblo.

Me gusta escuchar las historias que cuentan las mujeres, aunque sean dolorosas, porque también están llenas de vida. Las formas de violencia que vivimos las mujeres siempre se reinventan. Esa fuente inagotable de inspiración alimenta mucho de lo que escribo.

En homenaje a ellas, escribí “La Tía Mariela”. Una reunión de tres primas que deben ir a enterrar a su tía recién fallecida. Así, recorren la historia de sus tías: la tía artista que se retira del teatro por órdenes del marido, la que cambia de religión y se niega a saludar a los homosexuales, la que es regalada a una desconocida, la que entrega todos sus bienes “por amor”, la que ve morir al hijo y huye de la soledad, la que se somete a una serie de cirugías por petición del esposo.

Estrenamos ayer en el Festival Internacional Cervantino, bajo la dirección de Francisco Franco y con las actuaciones de Montserrat Marañón, Alejandra Ley y la que escribe. Estrenar una obra en el festival más importante del país es un sueño viejo que guardé por muchos años.

Verlo realizado ayer, junto a personas que quiero y admiro, significa algo muy especial en mi vida. Realizar mi sueño contando historias de mujeres que conocí personalmente o en la voz de mi abuela me hace sentir que lo que escribo tiene sentido.

Las mujeres que comparten sus historias también dan vida, una vida que se contiene en un papel y se convierte en una obra de teatro.

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