¿Vacío?
El padre Jorge Antonio Laviada Molina se distinguió por llenar hasta los bordes cualquier espacio.
Lo siento don Alberto Cortés, lo admiro mucho y me encantan sus canciones, que son también poemas, pero ¿vacío? ¿De verdad cree usted que queda un espacio vacío? Si, ya sé que esa canción que empieza así:
“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar, la llegada de otro amigo...”,
Fue catalogada por un periódico chileno en el año 2000, junto con Alfonsina y el Mar y Gracias a la vida, como las tres mejores canciones en castellano del siglo XX, pero la verdad es que estoy en franco desacuerdo con usted.
Mire, resulta que tengo un amigo, y uso el tiempo presente porque para mí aún no se ha ido, que es especialista en llenar espacios: el padre Jorge Antonio Laviada Molina se distinguió siempre por llenar hasta los bordes cualquier espacio en el que se encontrara, y al irse, jamás lo dejaba vacío.
A sus amigos nos llenaba siempre de afecto, de acertados consejos, de calma cuando la tempestad nos acechaba, o incluso de reprimendas cuando las merecíamos; siempre fue y sigue siendo una fuente inagotable de afecto, de risas, de momentos plenos.
Al fundar y acompañar en su crecimiento a Impulso Universitario, llenó un espacio muy grande ahí donde más se necesitaba. Ese espacio lleno de talentosos jóvenes ansiosos por estudiar una carrera universitaria, pero que únicamente les faltaban unos cuantos pesos para poder hacerlo, lo llenó con los valores sólidos de una educación integral, infundió en los corazones de estos muchachos una sed de triunfo, y les enseñó que no hay éxito completo si no se entregan los talentos al servicio de los demás.
Llenó a los matrimonios que pertenecen a Vida y Familia A.C. (Vifac), de esperanza, pero también de un sentimiento que hoy nos hace mucha falta a todos, de ternura. Llenó su propio espacio familiar de alegría, de bondad, de respeto, de unión, de fraternidad.
Llenó el Seminario Conciliar de San Ildefonso y de Nuestra Señora del Rosario con un testimonio vivo de la presencia de Jesús en la tierra, lo llenó de espiritualidad profunda, pero también de realidad mundana, del compromiso que implica ser sacerdote, de disciplina, de amorosa formación. Llenó las aspiraciones de los futuros sacerdotes con el fuego de una vocación entregada incondicionalmente a la voluntad del Padre.
Llenó la cancha de futbol de ese mismo seminario del sudor que surge del esfuerzo, del cansancio que siente orgulloso quien ha sabido librar una dura jornada, de amistad, de emociones. Ahí, en esa misma cancha, entregó la vida hace tres años y la inundó de un aroma a santidad que hasta hoy perdura.
No, Jorge Laviada no es de los que dejan espacios vacíos. Trascendiendo a su muerte, ha seguido llenando todos esos espacios, hasta hacerlos rebosar. ¡Gracias por tu vida, querido amigo!