Psicosis meridana
Un artero crimen sacudió la calma citadina; después, vino la tormenta: buscar culpables, pero ¿no somos todos?
El asesinato de Emma Molina Canto dejó al descubierto en la ciudad muchas fallas que siempre se han buscado enterrar: la inseguridad, la xenofobia y la violencia de género, que vuelven a estar sobre la mesa tras una tarde de lunes que se parecía a cualquier otra: intenso calor, el ruido de los coches, gente trabajando duramente y de repente una mujer es acuchillada en la puerta de su casa, frente a sus hijos. ¿Cómo sentimos la muerte cuando es injusta y desgraciada? Cercana la noche, el crimen ya se había difundido en todos los medios locales, despertando el horror e indignación de miles de meridanos.
Una de las primeras reacciones colectivas fue culpar al gobierno: “¿Dónde estaban los policías?”, “seguro los van a soltar pronto”, fueron parte de las expresiones que en las calles y en redes sociales se hicieron constantes. Durante la conferencia de prensa en la que se anunció la detención de los asesinos, de fondo se escuchó la voz temblorosa de un reportero: “¿Falló el Escudo Yucatán?”. El segundo al mando del gobierno estatal respondió con un notorio rostro de incomodidad que no, “que el Escudo Yucatán era un plan en desarrollo, todavía una estrategia y que si se detuvo a los asesinos fue gracias a la unidad y colaboración de los meridanos”.
Días después me tocó presenciar un asalto en pleno Centro Histórico. Aunque el ladrón fue detenido, una frase en particular me llamó la atención. Un señor “ya grande” comenzó a atacar al ladrón: “Seguramente es fuereño”, “chequen sus papeles, ¡seguro es de Tabasco!”. Reacciones discriminatorias como ésta se desataron con el crimen cometido contra Emma. Al parecer, la ciudad vive una especie de psicosis que crece con la inseguridad, y donde se busca un culpable a como dé lugar, pero ¿no la responsabilidad de esta ciudad es de todos los que la vivimos? Que la muerte de aquella madre no sea en vano.