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Las dos Américas que vislumbrara José Martí en su obra Nuestra América, siguen vigentes y en días como hoy se comprueba a todas luces. La celebración del “Día de la Raza”, tan invocada por quienes todavía insisten en la idea del “descubrimiento” y la existencia de las razas, es desde hace décadas cuestionada por movimientos de los pueblos originarios del continente, que señalan la verdad de los hechos del equivocadamente invocado “descubrimiento” y exigen justicia ante el genocidio acontecido hace ya más de 529 años.

Entre otros muchos intelectuales latinoamericanos, Edmundo O’Gorman escribió su ensayo La invención de América, en el que desmenuza la forma en que Occidente “incorporó” a América en su idea de mundo, creando para sí una explicación de aquello que desconocía y justificando los procesos violentos de conquista y colonización que se suscitaron a partir de la llegada europea.

La explicación dada por Occidente sobre los pueblos originarios, la diversidad cultural y las diversas interpretaciones cosmológicas y cosmogónicas que de cada uno se desprende, hasta ahora se mantiene como una pesada losa que se arrastra y reproduce, perpetuando el racismo y la discriminación al interior de la sociedades latinoamericanas y caribeñas a través del colonialismo interno y, a nivel global, manifestado en las continuas campañas neocolonialistas de las potencias europeas y del imperialismo estadunidense, cuya finalidad de saqueo de la riqueza natural y de explotación de la mano de obra sigue intacta cinco siglos después.

El acontecimiento que Occidente oculta en las celebraciones es el inicio del desarrollo del capitalismo a partir de la expansión de los mercados y la incorporación de nuevas mercancías, la entrada en contacto de América con Occidente, representa el momento del surgimiento de la historia universal, al entrelazarse los destinos de los pueblos del mundo, siendo además estos hechos, el primer proceso de mundialización y no aquello que llamaran “globalización” las modas intelectuales de inicio del siglo XX.

Las enseñanzas sobre los procesos de conquista y colonización de los pueblos originarios de América, han omitido por el interés hegemónico de Occidente, las reales repercusiones de los hechos, pues sin negar el mestizaje y sus manifestaciones culturales, la imposición violenta que significó el “surgimiento del nuevo mundo”, tiene todavía muchas deudas que saldar, y no se trata de venganzas cultivadas por siglos o trasnochados deseos de conflicto, ya que como han deja muy en claro los zapatistas durante su actual recorrido en la Europa de abajo y a la izquierda, de lo que se trata al señalar los atroces hechos ocurridos, es para organizar la resistencia que impida para siempre su repetición y continuidad.

Occidente entendido como sinónimo de capitalismo, según planteara Roberto Fernández Retamar, se contrapone a la realidad de nuestra América por ser un modelo antagónico con la diversa y pluralidad de nuestras tierras, algo que ha quedado claro a lo largo de los siglos de injerencia y resistencia. Hoy al “celebrarse” una efeméride más del llamado “descubrimiento”, adquiere mayor relevancia el ensayo de Retamar, Caliban, que cumple cincuenta años (1971) y nos sigue planteando la disyuntiva de ¿seguir pensando como oprimidos o romper las cadenas y liberarse de la esclavitud de ideas?

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