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Escribir tiene múltiples funciones, una de ellas es servir para resarcir los dolores de la vida, y a pesar de que existe sobre esta concepción de la escritura como un elemento terapéutico una serie de prejuicios emanados de quienes aún adoran el canon, la realidad es que siempre el acto de escribir y leer conllevan en sí mismos la intención íntima de quien realiza la acción, pues así como no existe neutralidad ideológica a la hora de plasmar nuestras ideas, tampoco es real el desapego emocional-psíquico sobre aquellos temas que elegimos al momento de enfrentar la tan temida página en blanco.

Hace unos días, después de pasar horas revisando cajas y acomodando libros buscando satisfacer intereses informativos cercanos, entre tanto escrito y como un recordatorio intemporal, reencontré la obra de Lilia Barbachano intitulada Winterfeldt Str. (2014). Llegó a mis manos cuando por un tiempo compartimos labores editoriales acompañados de otro buen amigo, rodeados de una especie de reproducción simbólica de los claustros del Medioevo, en donde hasta la risa estaba prohibida. Pero, más allá de estas circunstancias, logramos forjar lazos que perduran, al grado de que justamente Lilia me obsequió una de sus íntimas revelaciones surgidas en los años de 2002 a 2011, época en la que ella residía fuera de México.

Las páginas de Winterfeldt Str. están marcadas por la geografía del sentimiento que narra un sinfín de aconteceres internos en la trastocada realidad de Lilia, los textos, algunos breves y directos, otros, cargados de metáforas y recuerdos, van delineando el andar de su alma que pareciera agonizar, pero que en el fondo busca y pide razones para continuar. “No sé si un diario tiene valor. Me pregunto si ya hemos perdido en el mundo el significado de valioso”, una interrogante sumergida en el desencanto noticioso que impregna la realidad de falsedad y manipulación, un desencanto que va a lo profundo de los días para cuestionar la propia existencia: “Quisiera comerme a mí misma y desaparecer”.

La obra de Lilia transcurre en ciudades como Berlín, Bruselas, Lisboa, Budapest y otras, entremezclando los sentidos que describen las afectaciones del entorno con las emociones íntimas que se descubren al momento de escribir, un ejercicio que rompe con los tabús y prejuicios personales y sociales, acercando todo aquello que se ha callado por largo tiempo. “Nunca he dado libertad a mis manos”, una especie de confesión sobre el deseo contenido y la moralidad de las formas reinantes ante la mirada de aquellos que no comprenden el sentir personal, la pérdida y el proceso de duelo que le acompaña se reflejan en las expresiones que simbolizan gritos acallados en el devenir de los días: “pienso en las mariposas nocturnas quemando sus alas en la única luz que tiene la noche y siento que nosotros hemos sido esas mariposas en algún pasado, en un tiempo que se pierde”.

Releyendo a Lilia cuestiono el valor de la escritura y su utilidad ante el dolor, en las formas inexplicables a simple vista en que “el espacio se vuelve cómplice de la escritura”, y, así, contribuye a explicarnos lo que estamos viviendo. Sin importar los infortunios siempre al escribir retomo sus palabras y aseguro que “no puedo arrancarme la esperanza”

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