En algunas ocasiones
Cristóbal León Campos: En algunas ocasiones
Quizás sea el gélido viento que en estas épocas recorre los cuerpos desnudando los secretos o el recuerdo de aquello que nunca fue, en verdad no lo sé. Hubo un tiempo en el que creí con la firmeza del roble y la ternura del amanecer, ahora, dudo de los misterios que se esconden tras la mirada y ante el espejo evito asomarme para no descubrir lo que sí sé, nunca me ha sido fácil volver al punto primigenio, no creo que alguna vez lo sea.
He regresado a las noches de insomnio y a las ventiscas de los ojos, esas que sorprenden sin aparente razón en cualquier parte del mundo y voy recordando las palabras que escuché alguna vez allá en las montañas, donde el sol no se vislumbra y el calor humano es lo que mantiene la esperanza, en esos mismos lares fue en los que una parte de mí quedó sembrada en una especie de eterna agonía.
Las certezas parecieran desvanecerse como lo hicieron las caricias amadas, siempre he disfrutado en silencio el deshojar de los árboles y el sentir que produce el crujido de la hojarasca, el sonido del mar que se resguarda en el alma en ocasiones sin advertirlo me acompaña en medio de la nostalgia, al instante en que la belleza inconmensurable de lo que he amado me atormenta como castigo y bendición, no hay tregua en las horas álgidas del provenir, aunque ya no creo en todos los caminos que soñé, ahora, ese irrevocable proceso de la desmemoria promete ser el amigo fiel que se marchó y la cotidianeidad me invita a perder un poco de fe, sin importar cuanto me resista…
Me descubro en el rincón de los cafés acompañado de libros y recuerdos, una imagen ya narrada, pero con el cansancio de las noches y las huellas de una batalla inconclusa, quedan en la mesa fragmentos de poesía y alguno que otro ensayo, pistas de una vocación o quizás de un flagelo, las palabras parecieran marchitarse cuando se entrelazan con el sabor amargo de la tristeza que bebo en la bruma de un país jamás visitado, la bohemia que me acompaña pareciera aferrarse a las impávidas aves, que sin vuelo permanecen esperando una nueva temporada, y es que a sí, por instantes, la eternidad pudiera existir.
El insaciable apetito calcina lo deseado, una tras otra se marchitan las rosas viejas que cultivé, se desangra la lujuria desvelada en la sonrisa y es que aún conservo los girones que cubrieron aquella utopía, en lo incierto del presente encuentro los estigmas que burlamos, pero ya no puedo evitar su risa, esa misma que penetra lacerante en los rincones desprovistos de calma. No creo exista una danza más agónica que el despertar de los lirios.
Ciegamente creí y no me arrepiento, pero la condena pesa y se arrastra, no existe otra forma de borrarla, que sostenerla hasta que se desvanezca como lo hicieron los versos recitados en la añeja playa, donde solíamos rehacer el mundo en ocasiones...