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La inocencia de sus expresiones contrasta con la realidad que a diario debe lidiar, su cálida voz, aún infantil, y su plática afable, hicieron el recorrido mucho más ligero de lo que pudiera parecer, el camino de terracería cubierto de piedras resultó el preámbulo idóneo para interiorizar la riqueza natural y cultural que tenemos en el Mayab. En estos últimos días del año tuvimos la oportunidad de realizar un breve viaje por algunas poblaciones de la entidad y, en ese andar, conocimos a un amable guía que ahora nos permite reflexionar sobre algunas de las cosas y situaciones vividas.

La belleza de los cenotes de la región reconfortó nuestros espíritus agobiados por la rutina y el diario quehacer, un poco de paz como remanso en medio de una existencia en constante renovación, el azul profundo revestido entre cavidades y los secretos milenarios resguardados desde su formación accidentada por la naturaleza nos otorgaron instantes íntimos que, sin duda, sirvieron para reencontrar ese vínculo fundamental del ser con su entorno, sin importar el frío al contacto con el agua; lo trascendente fue saberse parte de esa inconmensurable inmensidad.

Nuestro guía, cuyo nombre es homónimo al de uno de los futbolistas más famosos de la historia, nos narró las actividades que con su familia realiza para poder subsistir, sin una sola lamentación, hizo que recordáramos las diametrales realidades que existen en la entidad, su sencillez al hablar sobre la búsqueda de leña para vender en comunidades cercanas a la capital, o la elaboración del carbón y la cacería para autoconsumo, así como el acompañamiento a turistas como nosotros para ganarse unas monedas, reabrieron el horizonte de la cotidianeidad y los contrastes entre las urbes y las poblaciones rurales, que solemos olvidar entre el confort y el vaivén del tiempo.

Su alegría infantil, la curiosidad de sus preguntas y las preocupaciones que le abruman silenciosamente al sentir el peso del rol de “macho” que se le impone sin saber bien por qué, nos dejaron ver con su inocencia lo apremiante de la segregación y la marginación, y no hablo únicamente de la evidente precariedad económica familiar, sino de la falta de oportunidades para ser según el sentir propio, el juicio social sobre lo que un “hombre” debe hacer para alcanzar el grado de “macho”, aún cuando hablamos de un niño de 10 años, nos recordó lo urgente y necesario de la educación y la cultura como elementos transformadores de los contextos sociales, él solamente desea seguir siendo niño y prepararse para afrontar la dura realidad, su conciencia es clara sobre lo que desea, busca abrirse camino para poder estudiar y encontrar su camino personal.

Esta oportunidad de convivir con tan amable acompañante, así como de reencontrarnos con la belleza que nos rodea y que solemos olvidar, creo, nos posibilitó en la medida de nuestras experiencias particulares, repensar nuestras presencias en el mundo y, aunque esta afirmación pudiera parecer extralimitada, en realidad, es justamente esa sencillez y humildad las que nos enseñan que no hay edad para ser grande y mantenerse firme en el camino que anhelamos sin dar tregua frente a las adversidades que siempre buscarán amoldarnos, pero al momento de reconocer nuestra propia valía, no hay sendero por más pedregoso que pueda limitarnos, y esa es la gran enseñanza que nos dejó nuestro guía.

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