Simplemente gratitud
Cristóbal León Campos: Simplemente gratitud
Hoy que finaliza enero y con la frescura de sus horas despedimos el primer tramo del año, un poco por sorpresa viene a mí una desbordante necesidad de gratitud, por ello, éstas líneas las escribo para honrar lo que amo, para bendecir a aquellas personas esenciales en mi vida, para darles las gracias por su presencia y por permitirme ser parte de su existencia, por estar en las diversas maneras que tenemos los seres humanos de acompañar y compartir, por los gestos, los abrazos, las palabras, las miradas y las caricias, por el cálido sentimiento de las manos que se rozan, por los recuerdos atesorados, al igual que por todo lo que ahora construimos.
Un enorme sentimiento colma mi ser, una sensación que hace urgente estas palabras, una especie de grito interior que reclama libertad, una electrizante energía se desplaza entre mis dedos mientras trascurren sobre las letras, es, sin duda, una manifestación sensorial la que me recorre recordándome lo fundamental: saber reconocer a todo ser humano que ha impactado mi vida, dejándome enseñanzas, experiencias y retos, ya sea en la tristeza o en la alegría, e incluso, en los íntimos momentos de pasión.
No sabría cómo definir lo que acontece, solamente puedo dejar que las palabras hablen, asegurándome de que a nadie le quede la duda de que mientras mis manos tiemblan, el corazón sonríe valorando las presencias.
En estos días apacibles por el clima, disfruto del silencio que siempre me acompaña, como una coraza que protege lo que más aprecio, camino despacio por las calles cotidianas observando los detalles que en la rutinaria prisa se me escapan, es como si redescubriera el entorno circunscrito a mis desvelos, sonrío, algo que a veces me cuesta mucho, cierro los ojos por un instante, dejando que la resonancia de las teclas cobre vida, la excitante fantasía de la existencia, hoy me ha recordado lo importante.
Sentado en una banca bajo la sombra de un frondoso roble que acompaña el paisaje del parque central veo el devenir de la gente, escucho las risas y preocupaciones, las angustias y reclamos, las complicidades de la amistad y de los amoríos, me sorprendo nuevamente por la diversidad tan incuantificable de la humanidad, eso que nos hace únicos y semejantes.
Sin olvidar que me explico la realidad con la lupa del materialismo histórico, no puedo dejar de admirar esas esencias subjetivas de cada uno de nosotros y nosotras, miro al cielo, no buscando explicaciones, pero sí reflexionando sobre la inconmensurable grandeza del universo que nos rodea.
Recuerdo la frase del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, plasmada en su obra El Principito, aquella que nos dice: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”. Y aunque quizá para algunas personas la referencia pudiera resultar infantil, en realidad es una gran advertencia que nos explica con exactitud el valor inadvertido de lo importante, más todavía en un mundo tan vertiginoso como en el que vivimos.
Ahora, escucho en mi interior el sonido del mar, como una manifestación renovada de la gratitud y la esperanza.