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Ante los retos que la vida nos va poniendo en el camino siempre hay diversas formas de mirarlos y hacerles frente, sin que necesariamente esto signifique negar las condiciones materiales y subjetivas que conforman la circunstancia del acontecer, sobre todo, cuando hablamos de aquellos momentos en que nos toca afrontar cambios súbitos o pérdidas inesperadas, hechos que nos sorprenden y obligan a cuestionar el porqué de las cosas.

Las decisiones que tomamos a la hora de afrontar esas situaciones imprevistas, si somos capaces de mirar más allá de lo inmediato y del dolor o malestar ocasionado, nos ponen frente a disyuntivas que serán con el paso del tiempo, definitorias de nuestra existencia, ya que ante la pérdida, siempre hay una delgada línea que nos abre la oportunidad de avanzar y crecer, y claro, este crecimiento nos es cuestión idealista, sino que responde a la voluntad que ponemos para construir incluso sobre los escombros.

Hace algunos años, el escritor Julio Cortázar reveló una de sus frases consideradas icónicas que dice: “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”. La cita puede ser interpretada de diversas formas, más todavía sabiendo que el autor de Rayuela no se caracterizaba por ser un idealista insustancial, sino, más bien, era un hombre consciente de la necesidad de la esperanza para sembrar un poco de porvenir, algo que se manifestó muy claramente en los últimos períodos de su vida, cuando asumió el compromiso social de contribuir al mejoramiento humano mediante el ejercicio de su palabra en completa libertad.

El compromiso que Cortázar asumió fue para sobrellevar esas sensaciones que nos hacen pensar que vamos sin rumbo como barca a la deriva, su crítica se enfocó en hacer frente a aquellas ideas que pretenden encajar la realidad en moldes preestablecidos muy acordes al orden “adecuado” del “buen ser”, tanto en el campo literario y su canon de “erudición”, como en los ámbitos morales y éticos de las sociedades occidentales tan acostumbradas al doble juego del juicio a priori y el discurso sin fondo.

Es en este sentido en el que pienso escribió: “creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo. Poseer un poco de locura en nuestra vida nos puede recordar que aún estamos vivos, no tiene por qué ser nada negativo”. Esa diversa oportunidad de mirar las cosas según entendemos el mundo cada uno de nosotros y nosotras (sin negar las leyes generales de la existencia) es la que otorga grandeza y belleza a la humanidad, el concebir que los retos abren caminos y que podemos recorrerlos es también una de las motivaciones para escribir y atrevernos a soñar, sin miedo a ser llamados cursis o quizás locos.

Incluso en las cuestiones más complejas de la vida, esas que nos golpean tan fuerte que nos hacen dudar de nuestro ser y su razón de existir, a pesar de esos instantes extremos que nos vulneran y ponen en entredicho, creo al igual que Cortázar que “nada está perdido” y que si desarrollamos consciencia sobre las razones de existir, la esperanza es nuestra mejor compañera siempre que nos toque “empezar de nuevo”.

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