Suicidio y las voces del silencio

Cristóbal León Campos: Suicidio y las voces del silencio

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Las voces que rompen el silencio con su grito acallado lanzan permanentemente señales de alerta que no siempre sabemos interpretar. En Yucatán, el pasado 2021, se rompió un lacerante récord de casos de suicidio con al menos 246 reconocidos oficialmente, aunque existen otras estadísticas que hablan de más de 300, lo cierto es que se rebasó la mayor cifra en una década, con un muy preocupante incremento en la ejecución de la muerte autoinfligida por menores de edad, siendo los hombres quienes encabezan la lista con números que triplican el conteo de mujeres.

En el contexto global actual no es difícil asociar este incremento de suicidios con la pandemia de Covid-19 y sus estragos en todos los ámbitos de la vida humana, sin olvidar las condiciones difíciles de vida previas a la propagación del virus, pero la desesperanza y la ansiedad se multiplicaron rápidamente en el mundo, junto a los despidos masivos, la precariedad, los procesos de duelo abiertos intempestivamente por todas las pérdidas acumuladas (tanto de seres queridos como en términos materiales) y su confrontación en muchos casos de manera deficiente por la poca o nula educación emocional y cuidado psicológico en la mayoría de la población, factores que terminaron de catapultar incontables procesos de crisis acumulados que se desbordaron de manera angustiosa sin que necesariamente hayamos podido advertirlo o saber cómo evitarlo.

Sin embrago, y de forma contradictoria, a pesar de que el suicida (mujer y hombre) suele idear el hecho en su interior generando un silencio profundo sobre aquello que le aqueja, también es señalado por una gran diversidad de especialistas que los y las suicidas envían señales puntuales a quienes les rodean, pero ante la falta de conciencia de las formas de estas manifestaciones de pesar y en general de los malestares psíquicos, estas señales o gritos acallados no encuentran el eco idóneo que posibilite la atención y la prevención, esto es algo que quienes hemos perdido a un ser querido de esta forma solemos aprender demasiado tarde y aún sabiendo que no significa culpa o responsabilidad, es muy difícil borrar la huella que nos queda grabada en el alma tras la partida impensada de quien instantes antes compartía la vida con nosotros.

El suicidio es mucho más que algo serio, poco a poco va ganando terreno entre las estadísticas de las principales causas de muerte, su incremento es una urgente llamada de atención tanto para las autoridades, especialistas, investigadores y sociedad en general, sus alertas y señales están ahí donde aún no hemos sabido llegar, entre otras razones por la falta de una educación emocional que nos ayude a saber cómo gestionar y expresar abiertamente de manera interna y externa los conflictos y pesares que nos angustian o causan algún tipo de malestar, los mitos y los tabús que en pleno siglo XXI siguen circundando al suicidio tienen que ser superados y revertidos mediante políticas públicas de salud mental y emocional, además de la implementación de procesos informativos y educativos de concientización sobre las emociones-necesidades humanas, rompiendo las concepciones equivocadas que señalan que hablar de nuestros pesares solo los incrementan, cuando en realidad hablarlos puede ser la gran diferencia que nos permita escuchar esas voces del silencio que gritan por un poco de ayuda.

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