Asombrarse ante la vida
Cristóbal León Campos: Asombrarse ante la vida.
Admirable es la capacidad del ser humano de asombrarse, los sentimientos son dinámicos, lo que un día produjo alegría puede significar ahora dolor o viceversa, los miedos pueden convertirse en fortaleza, nos posibilitan creer y crecer, nada es estático en el universo y los seres humanos muchos menos.
Se atribuye la capacidad de asombro a la infancia, se dice que es de niños maravillarse, se considera el asombro una etapa del crecimiento y del conocimiento humano, es verdadera esta apreciación, pero también incompleta, los humanos nunca dejamos de aprender, el conocimiento se genera continuamente, con la vida viene el asombro, de él surgen los deleites literarios y artísticos, sin esa capacidad de maravillarnos difícilmente podríamos disfrutar o tan siquiera generar nuevas expresiones de la existencia.
Se ha hecho común pensar que conforme crecemos se alcanza la “madurez”, a esta etapa se le atribuyen ciertos rasgos que la definen: responsabilidad, compromiso y seriedad, unos relativos a las obligaciones y otros como la “sensatez”, están vinculados a lo que se considera debe ser el comportamiento correcto de una persona “madura”, es muy común escuchar el murmullo que se genera cuando una persona de edad avanzada mantiene un ánimo juguetón y alegra, se le llama “infantil”, se le acusa de no haber madurado, e incluso, en casos extremos, se le señala como un inadaptado.
El asombro es condenado, es callado, todos nos seguimos asombrando por algo, cada día conocemos otras cosas o reconocemos aquellas que por desuso o distracción no percibíamos, sin embargo, no siempre comunicamos estos nuevos saberes, nos han enseñado a silenciar el asombro. Hay en los seres humanos una obsesión por ser aceptados que nos distrae a nosotros mismos de aceptarnos, caemos en esas delimitaciones del deber ser, del ideal plantado, de los comportamientos adecuados según nuestra edad y lugar en la sociedad, permitimos nos despojen de esas capacidades humanas y nos volvemos moldes de cartón.
En esta sociedad de modelos prefigurados asombrarse es transgredir, la diversidad está proscrita, lo maravilloso de lo simple es señalado, más sabe quien mira todos los días la naturaleza, que el erudito universitario que no disfruta un amanecer o pasea por los senderos del hábitat. Los seres humanos aprendemos a diario, a veces son saberes que tardamos en procesar y reconocer, otras veces nos apena el señalamiento si expresamos nuestras sorpresas.
Cada mañana las aves cantan, distraídos por el quehacer de la “madures” no siempre lo apreciamos, pero cuando dedicamos un tiempo -aunque sea breve- y escuchamos ese canto, podemos ir reconociendo la polifonía de la vida, nos damos cuenta que nos es un canto: son muchos, es una amplia diversidad que reclama su derecho a ser conocida, en lo sencillo está la grandeza del saber, la humanidad se define por sus sentidos y no por sus posesiones.
Todos cambiamos y en ocasiones somos nosotros mismos quienes no damos razón a la transformación, ¿acaso no es del asombro de donde la ciencia toma su razón de ser?, ¿no es esa capacidad de observación y de sorprenderse lo que hace que la ciencia genere conocimientos? Todo parte de nuestra capacidad para seguir conociendo y cambiar, la belleza del ser humano se alimenta a cada instante por su capacidad para asombrar ante la vida.