La enfermera Rosi
David Ojeda Correa: La enfermera Rosi
Son las 4 am y suena el despertador, Rosi de 29 años tiene que levantarse y arreglarse para ir al trabajo. Se mete a bañar y prepara rápidamente el almuerzo puesto que no hay nadie más que cocine en su casa. Su esposo, que padece hipertensión, es taxista, también saldrá muy temprano a trabajar y llegará hasta la noche. En su domicilio se encuentra viviendo su mamá, una señora de 78 años que padece de demencia senil y diabetes, su papá de 82 que padece de los pulmones; también sus hijos, una de 13 que toma clases en línea y uno de 8 que por el momento no está en la escuela pues solo tienen una computadora.
Rosi sale apurada de casa, tiene que tomar una combi y un camión, el primero desde su pueblo al centro de Mérida y el segundo que se dirige al hospital privado en donde labora como enfermera.
Al llegar checa su entrada y vuela a vestirse, tiene que ponerse un chemise, un overol, una bata, dos cubrebocas, googles, careta, gorro quirúrgico y dos pares de guantes y de botas; está mentalizada a que las próximas ocho horas estará de pie y bañada en sudor sin poder ir al baño ni tomar agua dentro de un traje sumamente caluroso en medio de una ciudad a 40 grados.
Rosi verá pacientes con Covid, les aplicará medicamentos, drenará sus sondas, los bañará y los limpiará si se hacen popó ¡No tiene miedo! Lo hace valientemente, dice que nació para eso. De todas maneras no se puede negar a atender pacientes con Covid, pues si lo hace perdería su trabajo. Solamente le preocupa qué pasaría con su familia si ella se contagia y por ello llora en las noches angustiada por quizá haber llevado el virus a su casa y que su mamá o papá, que son de alto riesgo se hayan contagiado y que por su culpa mueran. Tampoco sabe qué pasaría si contagia a sus hijos ¿Cómo le haría? Ojalá ya me hubieran vacunado, dice, pues resulta que Rosi, es otra más de las enfermeras que, al trabajar en un hospital privado no ha sido vacunada, el gobierno se olvidó de ella y la ha tachado de fifí como a los médicos, como a los camilleros, como al personal de intendencia que también laboran ahí. Pero bueno, “que nos esperen”, así como dice el presidente, algún día se la van a aplicar. Mientras tanto, que siga viviendo angustiada, que siga llegando a casa y se desnude en la puerta con pena de que la vean los vecinos, pues solo de esa manera estará tranquila de no meter el coronavirus a su casa.
Esto es México, el que le tocó a Rosi, la cual triste escucha en la radio que vacunarán a los maestros públicos y privados, pero ella jamás mandaría a sus hijos a la escuela, pues tampoco quiere que se contagien y propaguen la enfermedad a su familia, conoce la Covid 19 de cerca