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Diego Armando Maradona dejó de existir el pasado 25 de noviembre -en el aniversario luctuoso de Fidel Castro- y horas después ya se habían redactado kilómetros de líneas al respecto. En lo que a mí concierne, puedo apuntar que fue un hombre de mi generación; su futbol y sus goles los disfruté como todos los jóvenes de esa época. El mundial de México 86 me tocó vivirlo en la Ciudad de México, ahí todos hablábamos de su habilidad, sobre todo del juego contra Inglaterra, del gol de “la mano de dios”, de la jugada iniciada desde antes de la media cancha, que en 11 segundos desparramó a 6 jugadores ingleses y culminó con el gol más deportivo y hermoso de todos los mundiales, en contraparte del que había anotado minutos antes. Eso era Maradona, un hombre contrastante. El futbol es de izquierda y de derecha -algunos juegan mejor con la zurda y otros con la diestra-, también es el deporte más popular de la época y eso lo contamina de intereses, por lo que los mejores, en esos asuntos de la pelota, se convierten en verdaderos influencers.

Maradona se puso la 10 y nunca se la quitó, sufría deportivamente por la selección argentina, pero también fue congruente políticamente con el pensamiento integrador latinoamericano, siempre expresó un discurso próximo a las ideas de Ernesto Che Guevara, Fidel Castro, Hugo Chávez, Néstor Kirchner, etc., incluso se mostró feliz y aplaudió el triunfo de AMLO, durante una entrevista en pleno mundial 2018, y dijo que le sería muy difícil gobernar a López Obrador, además asintió que tiene que arreglar lo que desarreglaron los neoliberales, agregó: cuidado, estamos vivos, refiriéndose al movimiento integracionista latinoamericano; después lo reiteró en sus redes sociales, cuando escribió: ¨Le mando un gran saludo al pueblo mexicano y a su nuevo presidente Andrés Manuel López Obrador, que sin duda trabajará para darle felicidad a su gente. Latinoamérica debe estar unida y en paz contra el imperialismo que todos los días despliega sus armas para quedarse con todo a costa del hambre y la gente”.

Las figuras de Fidel y el Che tatuadas en su cuerpo decían todo de su compromiso político, que probablemente abrazó desde su humilde infancia, en el barrio Villa Fiorito, asaltado por la miseria y la delincuencia, donde su madre trabajaba como empleada doméstica y su padre como obrero en una planta trituradora de huesos de animales.

Para ser justos, debemos separar su carrera deportiva de su vida privada, así como de su militancia política. Como deportista e ídolo siempre tuvo un 10 en calificación; respecto a su vida privada, deberá quedar en eso, y referente a su militancia política, fue muy apasionado, siempre defendió con gran emotividad lo que pensaba. Sus posiciones políticas constantemente sacaban de quicio a los de derecha, que se desquitaban publicitando los problemas que tenía con las drogas y, hay que decirlo, pagó por ello deportivamente.

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