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El costo de la política es un concepto todavía en construcción, pero se refiere a los gastos vía impuestos que tenemos que soportar los contribuyentes, destinados a salarios, viáticos y otros servicios usados por servidores públicos y “representantes populares” -en su mayoría ineficientes-, así como los que generan las perversas decisiones que toman los integrantes de la clase política para su beneficio.

La competencia política desde hace tiempo dejó de ser ideológica, se transformó en una contienda por el negocio que representa la política -se identifica a saltarines de partido en partido, con mediocre habilidad mimética, que tienen como cómplices a quienes los aceptan como candidatos-, consistente en el apoyo a los aspirantes durante las campañas por parte de “políticos” y organizaciones de todo tipo y que ya en el ejercicio del poder se recompensa con empleo público, cargos políticos y/o contratos con sobreprecios; así el gobierno se ha convertido en un monstruo que engulle la riqueza generada por los trabajadores en actividades productivas.

Las oscuras y cambiantes reglas, de las que, en cada elección, se sirven los dirigentes de los partidos políticos, a fin de beneficiar sus intereses y los de sus patrocinadores para escoger a los candidatos, son una muestra del negocio de la política. Es conocido que los dirigentes referidos recurren a personajes disímbolos -en algunos casos porque carecen de recursos gubernamentales suficientes para competir y en otros para cerrarle el paso a algún militante incómodo- que van desde la farándula hasta el deporte de alto rendimiento, pasando por las ganadoras de los certámenes de belleza; así hemos tenido que soportar presupuestariamente a personajes como Sergio Meyer, Ernesto D’Alessio, Ana Guevara, Cuauhtémoc Blanco, Manuel Negrete, Erick “Terrible” Morales, Geraldine Ponce Méndez, y tal vez próximamente a Rommel Pacheco, Adolfo “Bofo” Bautista, Javier “El Abuelo” Cruz, Carlos Villagrán “Quico”, Malillany Marín, Paquita la del Barrio, Lupita Jones, los luchadores Tinieblas, Carístico, Blue Demon, etc., la mayoría ignorantes de la administración pública; incluso algunos que han permanecido en la política es por disponer de asesores y porque han “aprendido” con diplomados afines cursados posteriormente, con cargo al erario; cuando en la vida común, si existiese la disponibilidad de algún puesto de trabajo, sería imposible aspirar si no se está preparado.

Otra cara del negocio son los programas gubernamentales que involucran la distribución de regalos, asistencia y beneficios sociales, que, en muchas ocasiones, no pretenden atacar los problemas estructurales de la población, sino la identificación de sus integrantes más pobres como una oportunidad para ampliar los contingentes de apoyo con miras a los procesos electorales a través de dádivas. Es un voto barato que pagamos todos los contribuyentes.

El sistema no cumple sus funciones de latencia, ni coherencia, se niega a transformarse, sus objetivos de difuminan: casi nunca nos ofrece a ciudadanos preparados y honestos, en cambio nos impone mediocres, saltarines, faranduleros y parientes.

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