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Cuando usamos el adjetivo “narcisista”, en nuestra mente hablamos de una persona que está muy pendiente de su imagen física y se siente orgulloso de ella; esta imagen es el centro de su pensamiento.

Pero la verdad es que el narcisismo se ha apoderado de todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana, tanto en el ámbito laboral como el familiar, en las ideas.

Es muy fácil diagnosticar el narcisismo ajeno y nos cuesta mucho trabajo reconocerlo en un mismo, pero la idea actual tan común de la autoperfección, el estar constantemente buscando reconocimiento, la poca tolerancia a la frustración, el estar permanentemente comparándonos son síntomas definitivos de un narcisismo generalizado.

El narcisismo, según lo definió Sigmund Freud, tiene cuatro caras: el que ama lo que uno es, el que ama lo que uno fue, el que ama lo que querría ser y el que ama la imagen que ha formado. Amarse a uno mismo es ideal, es aconsejable, pero hacer de tu imagen la base sobre la que gira el universo es lo que esta llevando a este mundo hacia su propia destrucción.

Cada persona se ve a sí misma y analiza su entorno y lo que sucede poniéndose en el centro. Y, sí, ciertamente, uno es el centro de su propia vida, pero difícilmente se convierte uno en el centro de la vida de los demás; es decir, las cosas que suceden, que nos dicen o las decisiones que toman los demás tienen poco que ver con nosotros y mucho que ver con su propio punto de vista.

Amarnos a nosotros mismos nos da seguridad, pero sobretodo si logramos aceptarnos desde lo profundo, desde el conocimiento. El que ama lo que fue, no puede aceptar su realidad, igual el que ama lo que será porque vive en el futuro sin aceptar su presente; el que ama su presente tanto que cree que todo gira alrededor de él no es capaz de aceptar a los demás.

La base real es la aceptación, pero una aceptación real, no con resignación, es aceptar sabiendo que podemos mejorar y que es deseable hacerlo, pero no podemos hacer que los demás mejoren a nuestro ritmo, o en nuestra dirección, tenemos que respetar sus propios caminos, sus procesos y sus destinos.

Los cuatro tipos de narcisismo viven en cada uno de nosotros, pero debemos luchar por que ninguno se vuelva dominante.

El amar lo que somos nos da seguridad, el amar lo que fuimos nos da orgullo, el amar lo que seremos nos da motivación para conseguir cosas nuevas; el amar una imagen nos permite soñar y crecer, pero ninguno de estos amores debe ser predominante y ninguno de ellos nos debe de impedir dar una mirada al exterior.

Porque el verdadero amor surge cuando podemos ver al prójimo y nos preocupamos por su bienestar, cuando nos damos cuenta de nuestro entorno y cómo lo afectamos con nuestra vida y nuestras decisiones.

No somos seres aislados y no somos el eje sobre el que gira el universo. Somos parte de una sociedad, de un sistema y nuestras acciones se reflejan en ellos.

Narciso miraba su imagen en el lago y estaba tan enamorado de ella que no podía moverse, solo podía observarse reconociendo y amando su perfección.

Como Narciso, podemos ver nuestra imagen en el lago, podemos amarla y reconocer todo lo que hay de bueno y hermoso en ella, pero nuestra mirada debe ir un poco mas allá y encontrar no solo los puntos a mejorar o cambiar en nuestra propia imagen, sino también los otros reflejos que hay en el lago, nuestros amigos, nuestra pareja, nuestros hijos, la sociedad, nuestro entorno y observar la interacción, porque nadie es un reflejo solo en el lago, estamos acompañados y, si logramos volver la mirada al exterior, encontraremos lo que hay en nosotros mismos que puede ser útil a nuestro entorno, a nuestra sociedad y así cuando veamos nuestro reflejo veremos también la belleza de quienes nos rodean y juntos lograr un mundo mejor.

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