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Mis padres me han acostumbrado desde muy pequeña a que la vida se disfruta más conociendo ciudades que no son la mía, por eso, preparar la maleta, hacer una lista con todo lo que necesito y esperar que llegue la fecha para irme a un lugar que no conozco es uno de mis pasatiempos favoritos. Recorrer la ciudad a la que he llegado y comer aquellos panecillos de los que tanto hablan en el internet siempre me hace sentir bien, sentarme en aquella plaza y observar a cada una de las personas que pasan para después poder inventar historias siempre es reconfortante. Estar fuera de casa se ha convertido, a lo largo de los años, en una de esas actividades que no puedo dejar de hacer por más veces que lo intente. Siempre regreso a la manía de tomar distancia.

Siempre me ha parecido una idea fascinante recorrer lugares que solo había visto a través de una pantalla o en las hojas de las revistas, percibir los olores y escuchar los sonidos que alguien más me ha contado, me ha parecido una idea fascinante poder estar en aquel sitio donde se formó parte de la historia de México, donde mi escritor favorito empezó a crear sus historias, poder mirar de frente aquel edificio donde los hombres luchaban contra leones.

El mundo tiene tantos lugares para conocer que nunca será suficiente una vida para recorrerlos todos, para probar todos aquellos platillos que merecen ser probados, ni para conocer a todas las personas que debemos conocer.

Sin embargo, aunque me gusta conocer ciudades lejanas a donde paso mi vida diaria, la verdad es que México y sus estados merecen por completo mi atención. La verdad es que podría pasarme horas intentando pensar en aquellas cosas que han hecho que este país me haya dejado con ganas de seguir pasando mis días en sus ciudades, pero prefiero hablarles a ustedes de todos aquellos momentos que se han llevado un pedacito de mí. Tal vez a alguno de ustedes ya le haya sucedido, o tal vez alguno de ustedes se quedará con ganas de saber qué se siente; si es alguna de esas dos, he logrado mi cometido de estas letras.

Caminando por las calles de mi país me he percatado de que muchas cosas que merecen ser vistas por miles de personas no cuentan con visitantes, los museos no tienen suficientes espectadores y aquellos pueblos que necesitan del turismo simplemente no lo tienen. Este problema recae en primera instancia en la poca difusión que el gobierno le hace a los lugares turísticos, porque claramente nuestros gobernantes prefieren gastar el dinero en cosas que son totalmente innecesarias.

Hay que ponerle un alto, hay que visitar México y cada uno de sus mágicos rincones, remar en las cascadas de Tamul, visitar Durango, comer una delicia yucateca, probar los vinos de Querétaro; hay que conocer México y cada una de las cosas que nos ofrece, pero que muchas veces no sabemos que posee.

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