Vigésimo segundo
El poder de la pluma
Lo que ellos no entienden sobre los cumpleaños y lo que nunca dicen es que cuando estás once, también eres diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, y dos, y uno.- Sandra Cisneros, Eleven
Alguien ha soplado las velas del pastel de su vigésimo segundo cumpleaños, ha cerrado los ojos para pedir un deseo y por un segundo está seguro de que se hará realidad. Ha mirado a cada uno de los espectadores de aquel momento, aquellos que han aplaudido por el osado acto de celebrar un año más de vida. Los ha mirado fijamente, pero ninguno de ellos se ha dado cuenta. Nunca lo hacen.
El cumpleañero se ha alejado de la mesa y se ha sentado en aquel mueble que tanto le gusta, se ha quitado el gorro de fiesta y ha tomado aquel libro de poemas que tantas veces ha leído, lo ha abierto en la página de aquellas rimas que le quitan el sueño, aquellas que pasan por su mente en las noches de insomnio desde hace ya varios años.
Las ha recitado, de memoria como siempre, pero nadie lo ha escuchado, todos siguen hablando de lo grande que se ve y de las buenas decisiones que ha tomado en su vida. De las malas, hoy no se habla.
El ruido inunda la sala, puede escuchar a más de uno hablando de lo rápido que han pasado los años y por eso él no ha soportado mucho. Ha abandonado el sillón y la lectura, ha salido de aquel lugar porque la verdad es que no soporta el paso del tiempo y mucho menos los discursos sobre éste.
Camina hacia la puerta para dejar atrás la celebración. Tararea una melodía improvisada, pero, aunque lo intenta, no puede dejar de escuchar el segundero del reloj que hace juego con el sonido de sus pasos. Uno, dos, tres, tic, toc, tic... diez, veinte, veintidós. Pero no se detiene, sigue su recorrido, alcanza el picaporte y sale de ahí.
Se ha puesto los audífonos y ha reproducido la melodía de cada año, ha mirado hacia el frente y ha pensado en cada una de las palabras que dicen los poetas sobre el paso del tiempo, sobre el recorrido de las manecillas del reloj, sobre la forma en la que el tiempo se acaba. Se ha puesto a pensar en el sabor de cada uno de los pasteles de cumpleaños que ha comido, pero no ha podido recordarlos. Adentro han puesto su canción favorita como signo de celebración y ha sonreído irónicamente, porque nadie entiende, porque nadie quiere hacerlo, pero a él ya no le importa, al menos hasta que tenga que soplar unas velas de nuevo.
-¿Y el cumpleañero? -alguien ha preguntado en voz muy alta-. Es al único al que no le ha tocado pastel. ¿Alguien lo ha visto?
Y aunque no quiere, sabe que ya es momento de hacerlo. Se acomoda el cabello y abre la puerta. Es hora de regresar a la celebración.