Libertad de expresión
El Poder de la pluma
Algunas veces las redes sociales se vuelven recipientes de odio o ignorancia. Muchas veces los comentarios pueden develar personalidades agresivas o violentas que siguen y seguirán sin resolverse porque las palabras, a muchos, les parecen inofensivas. Leí el revuelo que causaron las declaraciones del joven boxeador con respecto a su homofóbica postura.
Las disculpas posteriores y los defensores de “la libertad de expresión” del joven.
Algunos se sumaron a sus declaraciones porque se asumen abiertamente homofóbicos.
Es curioso porque casi siempre, una vez al mes, alguien hace una declaración violenta, discriminadora o burlesca sobre la homosexualidad. A la par de esas declaraciones, podemos leer el aumento de asesinatos y tortura en la comunidad transexual.
Creo que todos, pero un poco más, quienes pueden ver replicadas sus palabras, deben ser más cuidadosos con ellas. Los discursos que alientan el odio por la identidad del otro tendrían que haber quedado muy lejos.
Platicaba con una amiga que quizá la juventud del boxeador es la que alimenta su postura, ella me dijo: “Mira, yo lo entendería de alguien mayor, pero de un joven, me cuesta más trabajo”.
Y creo que tiene razón, si se supone que hemos avanzado en materia de derechos humanos y a favor de la diversidad, estas generaciones tendrían que mirar con más naturalidad los derechos de los demás.
Tristemente no es así; discursos como esos, apoyados por el editor de la nota o de algún político torpe, nos demuestran que no hemos avanzado nada.
El boxeador dice sentirse harto de los homosexuales porque todo el tiempo lo persiguen y aunque los rechaza, insisten en buscarlo.
En eso, según él, las mujeres somos más inteligentes porque entendemos un “No” como respuesta y ya no insistimos.
Ojalá los hombres también entendieran cuando las mujeres decimos “No” y se detuviera esta ola de violencia que ha costado tantas vidas, ojalá quien usa las redes sea consciente del valor y la fuerza de las palabras, porque las palabras también destruyen, y cuando se suman a discursos de odio, también matan.
Ojalá sus referentes fueran los grandes pensadores y no los malditos genocidas. Ojalá quien tenga acceso a lugares donde sus discursos pesan, ejerzan su libertad de expresión en el respeto a la vida.