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Cuando era niño, las cosas eran en claroscuro en Mérida. El racismo interno era tal que, a una familia con rasgos mayas, le decían los “Watusi” (por la nación africana), a los recién llegados de pueblos yucatecos “les cotorreaban”, condescendientemente:“Tomasi to”, “Kanasín” (un homosexual de closet), o “Samahil”, a mi amigo “Nacho” que venía de Tekantó. En resumen: las personas de pueblos como personajes de segunda y hazmerreir, en el barrio ferrocarrilero.

Hoy, a medio siglo, el universo maya evolucionó en la ciencia, la cultura y el arte, sin ser visible -menos para la nación maya- por falta de difusión del avance de sus miembros distinguidos local e internacionalmente: el doctor en antropología Gener Llanes, que vive en Europa, diseñó la página web maya para subir información y mostrar nuestra riqueza cultural contemporánea; el profesor José Tec Tun creó un método de enseñanza del idioma maya, que ha sido aplicado con otras etnias en diversas regiones del país.

Desde asesores de doctorados en universidades extranjeras, como el lingüista Fidencio Briceño Chel, catedráticos de la Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo (UimQRoo), como Mario Collí Collí, o conferencistas sobre saberes tradicionales en universidades de dentro y fuera, como el milpero, ingeniero agrónomo y comunicador Bernardo Caamal Itzá, hasta aguerridos campesinos, profesores indígenas, activistas y ambientalistas.

He tenido la suerte de conocer, ser amigo y, en algunos casos, ser estimado como suku´um (hermano) de algunos mayas, profesores indígenas, escritores o intelectuales, por considerarme cercano o aliado suyo. Los mayas son de tuttifrutti: “ladinos” (como los cataloga la lingüista mixe Yasnaya Aguliar Gil), “occidentalizados”, “académicos”, “moderados”, “activistas”, “urbanos” o “tradicionalistas”. Pero, todos, con experiencias que vale la pena tomar en cuenta, incluso, para no repetirlas por negativas.

Los mayas no encajan en el formato binario: mayano maya, como dice el doctor Juan Castillo Cocom, y argumenta Atawalpa Prieto, rector de la universidad quechua, en los Andes sudamericanos. Los nativos de la Península de Yucatán forman un abanico de posibilidades de “ser maya”: de tradicionalistas (Pedro Uc) a profesionales académicos (Lázaro Tuz Chi); de mayas rurales (varios cientos de miles) a artistas (Sol Ceh Moo) e intelectuales (Bartolomé Alonzo Caamal); de mayas urbanos (Juan Castillo) a profesionistas en el extranjero (Gener Llanes Ortiz).

Cuando me enteré, ya después, la organización colectiva, horizontal y respetuosa de la diversidad de modus vivendis en convocantes y artistas participantes -como sugieren las costumbres comunitarias- rindió excelentes frutos: más de medio centenar de creadores culturales, de municipios y comisarías realizaron el Festival Cultural Independiente, sin relación con el evento oficial del Gobierno de Yucatán.

Quienes no dependen de empleos del Gobierno -campesinos radicales o investigadores mayistas de la Uady- adoptaron posiciones antigobierno que, al parecer, enfrentaron cuestionamientos y alejamiento de buena parte de los convocantes y creadores culturales invitados, lo cual hizo desaparecer un excelente festival disfrutado por el pueblo maya en 52 municipios yucatecos. Insistieron en diferencias políticas cuando debió ser en las coincidencias culturales. Se demostró que (comunalmente) Sí se puede, pero que (sectariamente) “no se pudo”

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