El taller de joyería de papá
Edgar Rodríguez Cimé: El taller de joyería de papá
De joven -muerto papá- andaba gozando los trágicos griegos, comprados con mis primeros sueldos, cuando descubrí la escultura en piedra rosada de Esculapio, dios griego de la medicina: no sabía nada de arte, pero quedé maravillado con la fina textura que mostraba maestría y estilo. Papá, aparte de crear joyas de oro y plata, trabajó la lapidaria, arte heredado de los antiguos abuelos.
Romeo Rodríguez Toledano, tallador de lapidaria y diseñador de alhajas de plata y oro, entregaba pedidos en las joyerías “Luis Aquí”, “Alfonso García” y “Eduardo Rosell”, de su taller de platería en la colonia Industrial. De papá heredamos su gusto por la estética: comenzaba dibujando joyas en su mente, luego las pasaba al papel para, finalmente, convertirlas en sofisticados pendentif, pulsos mayas o intrincadas filigranas.
Originales pendantif con piedras preciosas, como el obsequiado por el gobernador Francisco Luna Kan a la Reina Isabel II durante su visita a Yucatán, cuna de la civilización maya, en 1980, donde “convivió” con un descendiente de los Xiu, uno de los cacicazgos mayas vigentes cuando arriban los primeros españoles a Mesoamérica en el siglo XVI. El gobernador pidió “el mejor platero de Yucatán”, papá obtuvo el preciado encargo, y el sofisticado prendedor de oro de 18 kilates, con piedras preciosas, formó parte de los obsequios a “su majestad”.
Imagino a papá descansando en el Oxlahontikú, cuando se enteró: la Universidad de Bonn, Alemania, me propuso, por conducto de la doctora en historia Antge Gundenheiser participar en el libro colectivo El “otro” héroe en América Latina (sobre íconos indígenas), con el ensayo “Felipa Poot Tzuc: Heroína maya del siglo XX”, editado por esa casa de estudios en 2020. Antes, mediante concursos, logré la edición de tres textos por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca).
Lo increíble fue que no pertenecía a ninguna de las dos mafias de escribas que controlan empleos culturales, premios y dádivas del gobierno (la gente de la universidad alemana me conoció y contactó vía periódico, por mis notas culturales sobre personajes mayas). Y, la neta, los ensayos eran a nivel de doctorado y yo era autodidacta. Aun así, me invitaron.
Finalmente, Rígel Gaspar Gilberto Solís Rodríguez, alias el Kaskep (Mal Hecho), sobrino mío, “heredó los pinceles de su abuelo”, “mandó por un tubo” su profesión de ingeniero y se puso a escribir: ganó un concurso de cuento de editorial Dante, tuvo la osadía de auto publicar otro textículo (texto breve) suyo, para luego -en coedición con “Oblicua”, de Barcelona, Cataluña, España- editar la obra de cuentos Nuevetruzas, donde hace y deshace situaciones de este personaje entre la alta y la baja cultura. Algo heterodoxo y original en la literatura de Yucatán.
Rígel tampoco pertenece a ninguna de las dos mafias que se reparten las migajas que caen del pastel de los de Arriba. Autor, comunicador y promotor cultural, forma parte de quienes están abriendo nuevos espacios culturales independientes y de comunicación digital como Radio 69 Opichén y Centro Cultural 69 Opichén, donde se ha presentado lo mejorcito de la cultura local: de Dzereco y Nohoch al trío Romance Yucateco; del reggae maya de Chan Santa Roots a la irreverencia de la internacional María Moctezuma; de la cumbia-ska de Reciclaje a la improvisación de Blues Jam.