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La congruencia ética es la armonía y el balance que existe entre nuestras acciones, emociones y pensamientos a lo largo de nuestra vida y que no se modifican de acuerdo con aspectos externos. Y aunque en muchos escenarios la congruencia es un valor indispensable para el ejercicio profesional, en política la cosa cambia un poco, ya que ésta siempre está en constante mimetización de acuerdo con el entorno y los intereses que en ese momento estén en boga.

Si se tratara de una materia, los que saldrían reprobados serían los muy aleccionados y fieles discípulos del presidente en turno. Con cambios constantes, dependiendo de la situación y replicando acciones del pasado, validan -sin querer- las acciones de gobiernos anteriores; ejemplos tenemos varios para mencionar, entre otros: el gobierno que se declara a sí mismo el más feminista que ha tenido nuestro país cercó Palacio Nacional no para cuidar a las mujeres, sino por miedo a las acciones que pudieran ocurrir por su ineficaz atención a las demandas feministas.

Este gobierno que “piensa primero en las mujeres” hizo circo maroma y teatro -de esos que ningún gobierno anterior había hecho- para legitimar a un candidato con denuncias por violencia de género, reviviendo aquella frase de su enemigo acérrimo “haiga sigo como haiga sido”, pero ya es candidato.

La incongruencia es el primer factor que sale a la luz, se prefiere asumir el costo político antes de entender la causa de las mujeres, se prefiere ser insensible a sus demandas antes que perder posiciones políticas que, dicho de paso, no se perderían, ya que las encuestas dan como ganador de la gubernatura al partido, hasta sin candidato.

AMLO le tiene tanto miedo a la incongruencia que prefiere que todos sus seguidores lo sean, si dice que venderá el avión presidencial entonces vende “cachitos” con la figura del aparato en la portada, ahí el presidente prefiere hacer un movimiento surrealista absurdo antes de decir que no había condiciones necesarias para cumplir esa promesa y con esto arrastra a todos sus seguidores -y a él mismo- a una burla nacional.

En el afán de ejemplificar una congruencia de hierro, el presidente prefiere no escuchar “la voz popular” y quedarse únicamente con quienes enarbolan y llevan al discurso en prosa el famoso “sí, señor presidente”; en su congruencia de hierro prefiere quedarse de pie durante las mañaneras, resistirse a usar cubrebocas -aunque su vida dependa de ello- e ir contra los movimientos sociales, aunque ellos lo hubieran llevado a la presidencia.

El presidente López ha preferido revivir el “ya me cansé” que criticó tanto con su “ya chole” contra las demandas feministas, convirtiéndose en aquello que siempre juró destruir: una autoridad demagógica, sorda e incapaz de actuar de manera efectiva; se convirtió en uno más del montón.

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