|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Recuerdo que era menor de edad y amaba los domingos, como hasta la fecha, pero en el siglo pasado esos días eran de papá. El héroe de la familia que trabajaba en una compañía que lo hacía viajar mucho por la Península de Yucatán, pero que siempre estaba en casa los domingos, momento de disfrutar de su compañía y de atormentarlo con nuestras aventuras.

Era el día de ir a la iglesia temprano para que tuviéramos las horas suficientes para ir al estadio Salvador Alvarado a jugar frontenis, al centenario a pasear en el trenecito, ver los animales y jugar en el famoso avión, al circo si había alguno de visita en la ciudad, al puerto si es que el calor era suficiente para ir a comer pescado frito a Chelem, Chicxulub o Chuburná Puerto y, en el menor de los casos, tarde en el parque de Las Américas y cenar temprano a algún restaurante de los cuatro favoritos que teníamos en familia.

Con el tiempo, he aprendido que todos creemos que tenemos el mejor papá del mundo, seguramente así es, ya que cada quien ha tenido su experiencia particular al respecto. Y aunque a mi alrededor hubo otros padres fantásticos que educaron a sus hijos a su manera, el mío se distingue por su buen humor, calidad humana, talento para hacer amigos, afición al beisbol que siempre nos compartió, sus ganas de enseñar a los demás a disfrutar de las horas de sueño como una importante medicina de prevención, su preferencia por las caricaturas que también disfrutó en compañía de sus hijos y más tarde de sus nietos, su pasión convertida en trabajo de viajar en carretera, su paciencia para enseñar a manejar el Volkswagen de nuestra infancia o para conocer las diferentes sales de los medicamentos y sus funciones.

Recuerdo que mis hermanos y yo apostábamos por cuántas personas saludaría mi papá durante un paseo de domingo, ya que al ser pequeños creíamos que él era más conocido que el presidente porque siempre se paraba a conversar con alguna persona en el parque, en el mercado de Santa Ana, en la Plaza de Toros, en cualquier restaurante, en la playa, en la iglesia, en fin.

Es hasta hoy un gran consentidor, lo fue con sus hijos, nietos y hasta su bisnieto, quien corre para que el abuelito lo persiga, disfruta en el jardín o ver en la televisión los partidos de soccer, futbol americano, box, basquetbol y cualquier deporte que los hijos de sus hijos quieran disfrutar, pero jamás desaparece tras un control remoto y eso es lo mejor del mundo.

Podría escribir cifras y datos sobre la importancia del día del padre en México, la cantidad de varones que ahora educan solos a sus hijos, o cuántos son los jóvenes que tienen hijos a muy corta edad.

Pero prefiero dedicar mis letras a todos esos varones y mujeres que son excelentes padres y que dedican tiempo a compartir con sus hijos a pesar de todas sus responsabilidades.

Por eso aprovecho que es lunes para felicitar a mis hermanos, familiares y amigos que también son extraordinarios papás. ¡Que sea feliz!

Lo más leído

skeleton





skeleton