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La música forma parte de mi vida desde que tengo memoria. Es un idioma universal, que todos entendemos, podemos sentir aunque no todos escuchen, quita la tristeza, ayuda en la crisis, aun existencial, y dicen que calma a las fieras. Quienes me conocen saben que mi lista de canciones siempre ha sido una mezcla de casi todos los géneros, pues incluye ópera, folclore de México y otros países de América Latina, banda, cumbia, ballenato, mariachi, éxitos en inglés de las últimas tres décadas, algo de los Beatles, de Carlos Santana, en fin.

Pero además hay un inventario de intérpretes, hombres y mujeres, de los cuales colecciono discos completos, mientras que en otros casos sólo guardo una canción que me encanta escuchar en momentos. Un asunto más es que tengo canciones favoritas, no por su letra, sino por los recuerdos que llevan.

No entiendo qué sería de la existencia sin el himno nacional para recordarnos el orgullo de ser mexicanos, las bodas sin su marcha nupcial, la Navidad sin los villancicos, las celebraciones religiosas sin las alabanzas, o películas como “Star Wars” y “La Misión”. Para mí nada sería lo mismo sin la música.

Hay momentos de la vida en que comenzamos a tararear una melodía y no paramos, quizá porque nos lleva a otro momento planetario, a repetir hasta el cansancio, a lo mejor para sentir el ritmo de la música. Dicen los que saben que los sonidos no sólo llegan al corazón con el bombeo, sino que los más graves y la línea de bajos hacen que nuestro cuerpo baile.

Un estudio hecho por la revista Journal of Sport & Exercise Psychology asegura que “escuchar música de determinados géneros, como rock o pop, puede aumentar nuestra resistencia hasta un 15% y crecer el diámetro de los vasos sanguíneos hasta un 26%”.

Mientras, mi amigo Juan Solís dice que la música traiciona tu edad, yo creo que nos trae imágenes, sensaciones, sentimientos y emociones que no siempre tienen que ver con nuestro tiempo en la tierra, sino con el oído, porque también crecemos con las melodías de los adultos de nuestra casa. Así que vale la pena descubrir esos momentos donde te das cuenta que no tienes 30 años, pero no importa, porque ha valido la pena.

Un documento sobre la música dice que mientras se aprende a tocar un instrumento hay conexiones neuronales que mejoran la comunicación, que escuchar melodías mientras leemos o estudiamos mejora nuestro rendimiento, que las emociones que provoca se contagian fácilmente de un sentido a otro, que actualmente se usa como una herramienta para aliviar procesos emocionales, psicológicos y afectivos de las personas. En fin.

Muchos somos los que escuchamos música para ordenar o limpiar la casa, manejar de un destino a otro, tratar de dormir, viajar en avión o autobús, o simplemente para calmar el humor que deja un mal evento.

Por eso hoy aprovecho que es lunes para celebrar con todos quienes se dedican a escribir, componer, interpretar o cantar. Que viva la música. Que sea feliz.

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